Aquella mañana a Olga se le pegaron las sábanas, había olvidado poner la alarma del móvil. Despertó, dándose cuenta de que llegaba tarde al trabajo.
Algo en su interior le anunciaba que ese no sería uno de sus mejores días, pero no quiso darle importancia y salió disparada para acicalarse con rapidez.
Debido a un desengaño amoroso sufrido en su juventud, decidió cerrar todas las puertas del corazón de por vida al amor, convirtiéndose en un solterona empedernida. Sumergida en su trabajo con constancia y tesón, consiguió un lugar privilegiado en la empresa, trasladándose a vivir con orgullo a un pequeño apartamento de lujo en la parte alta de la ciudad.
Ese día, antes de salir para el trabajo, sonó el teléfono y contestó con mala gana. Era la tía Aurora, la llamaba desde el pueblo para comunicarle el grave estado de salud de su padre. Debía darse prisa si quería despedirse de él.
Preparó apurada una pequeña maleta y cogiendo el automóvil, se adentró en la autopista.
Solo pudo estar un día con él, sabía que se iba feliz al ver como su querida hija había conseguido la situación económica que él nunca pudo ofrecerle.
Cuando se dio lectura al testamento, le había quedado en herencia la casa familiar, donde no había vuelto desde que cumplió dieciocho años. La pondría a la venta lo antes posible, pero ya que estaba allí, decidió quedarse las dos semanas que le quedaban de vacaciones.
Años atrás se había marchado hastiada de la persecución que sufría por parte de Ignacio, un chico desgarbado que se le había declarado y había rechazado. Estaba tan enamorado de ella que lo encontraba en todos los rincones y esquinas del pueblo por donde pasaba, un verdadero fastidio cuando ella aspiraba a algo mejor que un pueblerino.
Aquella tarde estaba en el bar tomando una copa con amigos, cuando vio a Ignacio aparecer por la puerta. Se había convertido en un hombre alto, guapo y elegante, le dijeron que era un importante diplomático en Francia. Y a pesar de ello, volvía de vacaciones al pueblo cada año junto a su esposa y su hija.
El hombre se acercó al grupo y saludó cortésmente, sin hacerle ninguna distinción, aquello formaba parte del pasado. Al alejarse, los demás comentaron lo feliz que era con su familia y lo desenvuelta que era su vida.
Los días transcurrieron y no podía quitarse a Ignacio de la cabeza, aquella llamita que comenzó a arder en su corazón se iba convirtiendo en una hoguera arrasadora.
En su última mañana de estancia en el pueblo, unos murmullos alborotadores en la calle, la despertaron.
Ignacio había partido de madrugada apresurado, casi sin despedirse. En una curva se salió de la carretera, sufriendo un grave accidente, donde su mujer y su hija perecieron y quedando él muy malherido.
Olga cuando se enteró corrió al hospital.
Ignacio abrió los ojos y tomando sus manos con firmeza, le dijo:
— Con un beso sabrás todo lo que he callado.
Y sus bocas se unieron en un dulce beso.
Ignacio expiró, dejándola sumida en una inmensa soledad, y entonces comprendió la gran oportunidad que había perdido en la vida al desechar ese amor. Por vueltas y vueltas que le diera, su tiempo había pasado y la posibilidad de volver atrás.
Una mezcolanza de dolor y rabia se instaló en su interior que acabó marchitándola, haciéndola ver que hay que darse oportunidades constantemente, para no perder la gran oportunidad de la vida, mientras regresaba sola, como siempre, a su pequeño apartamento de lujo en la zona alta de la ciudad.
Violeta Evori
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