Cuento: La Bruja de Lezdya
Cuenta una leyenda que en la época de la luna dorada una maldición abrazó el reino de Lezdya. Una poderosa bruja consiguió embelesar a todo aquel que se resistía a pensar de forma diferente. Bañó sus calles de tortura, apoderándose de la cordialidad de sus habitantes. El ejército del rey de Lezdya consiguió frenar la furia de la hechicera gracias a la encantadora heredera. Ésta, impregna de una arrogante inteligencia, consiguió fabricar una varita adornada con rubíes dorados capaz de bloquear la magia negra. La furiosa bruja se marchó envuelta en ira hasta las profundidades del bosque sagrado, donde jamás se encontró su rastro. Después de unos años de eterna claridad ocurrió un hecho horrible. La hija predilecta del rey desapareció sin dejar señales cuando salió a coger fresas al bosque. Un pequeño despiste de uno de sus soldados desencadenó la tristeza de todo un reino. Pasaron décadas sin tener noticias de ella. Sus padres nunca pudieron despedirse de su eterna hija de ojos brillantes. En sus corazones la mantuvieron al calor de la esperanza hasta que llegó el momento en que la naturaleza no te permite pedirle más tiempo. Antes del adiós definitivo, el rey de Lezdya escribió a sus dioses un último deseo, que calló para siempre bajos los labios sedientos de un gran soberano. Tras su pérdida, una nube tenebrosa oscureció los cielos. La maléfica bruja volvió al reino para aclamar lo que le pertenecía, aprovechando las pérdidas de sus almas sucesoras. Con siniestra maestría logró apoderarse de cada uno de sus rincones, siendo absorbida por la tiranía. Su voz era la única reinante y sus palabras las únicas capaces de ser pronunciadas. Pronto el reino de Lezdya se convirtió en el cruel retozo de una perversa apariencia. La vida crecía al borde de un suspiro de anhelo… La vida observaba paciente el hecho que pronto tenía que ocurrir.
A pesar de las nubes grises, el día era perfecto para ir a dar un bonito paseo al bosque sagrado. Desde que la poderosa bruja del reino ejerció su mandato, Sehn se refugiaba de la realidad en el lugar donde único podía oler la libertad. Había llovido bastante y las flores habían crecido a gran altitud. Acudió a su garganta un gargajeo propio de la felicidad, pero no podía saltarse las normas. En Lezdya no se podía hacer nada que antes no haya hecho la soberana. Y como bien se podía entender, sus gritos destructivos era la única melodía que existía a lo largo de todo el reino.
Mientras caminaba por el encantador paraje de árboles gigantes y flora colorida, Sehn paró sus pasos al ver un sendero bastante siniestro que nunca antes había visto. Desde que podía recordar siempre hacía el mismo recorrido y tenía claro que lo que tenía delante de sus ojos, nunca antes lo había visto. Giró su cabeza y vio un manzanal enorme muy cerca de él. Caminó hasta alcanzarlo y arrancó de una de sus ramas una manzana. Volvió tras sus pasos y tiró la fruta hacia el profundo sendero… Y nada ocurrió. Pensó por un momento que estaría embrujado, pero pudo comprobar que no era así. Arqueó una ceja reflejando confusión y se decidió a dar el primer paso de los valientes. Se dejó arrastrar por el camino tenebroso, expectante de cualquier acción para salir corriendo. Aunque, algo misterioso dentro de él le hablaba y le empujaba a avanzar sin miedo. En el final del extraño recorrido avistó una impresionante casa hecha con diamantes. Llamó su atención el hecho de que sentía como la espectacular morada absorbía parte de sus emociones. Sehn intuyó que tras sus paredes de riquezas se resguardaba alguien de corazón oscuro. Aún así quiso investigar. Se acercó con sigiloso paso a la puerta. Puso su puño en posición de influencia y antes de tocar el pomo, el portón le invitó a pasar sin nadie a quien esconder detrás de él. El chico se fió de su instinto y se adentró en la guarida. Dentro no había nadie y parecía que hacía unos cuantos años que estaba abandonada. Inspeccionó de refilón el apagado hogar sin huésped y le entró un escalofrío incesante. Decidió que lo más coherente era largarse de ese lugar lúgubre. Cuando se volteó, escuchó un estornudo a su espalda. Volvió la mirada y pudo comprobar que nadie habitaba entre las piedras de diamantes. Un segundo grito de enfermedad apareció y esta vez Sehn pudo determinar de dónde procedía. Fue en dirección a lo que parecía una pequeña sala de estar y, ahí, sobre un mueble apagado por el paso del tiempo encontró lo que jamás pensó que podría hallar. Una chica hermosa con mirada vagabunda estaba encerrada en una pequeña pecera de cristal. Se veía consumida. Su piel se adornaba de suciedad y unos pobres trapos cubrían sus curvas deshuesadas. Sehn quiso meter su mano para prestarle su ayuda pero un calambre rollizo recorrió hasta el último rincón de su cuerpo. Estaba maldecida por un hechizo muy poderoso.
-¿Quién eres? –preguntó asustado-. ¿Cómo te han metido ahí?
La chica con labios temblorosos le miró e hizo el esfuerzo de contestarle.
-Soy la princesa de Lezdya… Y una bruja malvada me secuestro pensando que tenía bajo mi custodia aquello que acabó con su magia negra. Hace años que me abandonó a mi suerte. Me queda muy poco de vida… Puedo sentirlo.
-¡Ey! ¡No digas eso! –intentó animarla-. Creo que sé quién te hizo esto… Hace tiempo que reina con crueldad el reino que tus padres crearon.
-¿Cómo están mis padres? –preguntó. Se levantó a puras penas para acercarse al cristal embrujado y esperar por la respuesta.
Sehn no sabía qué contestarle. Sabía que si le decía la verdad, la rendición estremecería su alma y no sacaría el valor para defender a su pueblo.
-No te preocupes por ellos… Tienes que decirme cómo puedo sacarte de aquí –le respondió al fin.
-Yo ya no tengo tiempo. Debes hacerlo tú por mí.
-¿Qué debo hacer?
El frío sudor caía por su frente acorralando a la angustia de su piel. Sehn miró el enorme castillo de la emperadora, manchada por una neblina de tinieblas. Suspiró sin provocar una aureola de terror y se encaminó en su aventura. Logró alcanzar la puerta secreta de una de las torres del palacio. Subió en silencio por la estrecha escalinata de caracol mojada por la serosidad de la humedad. Cuando alcanzó el pico de la torre, descubrió lo que ya se temía. Una habitación triste y abandona se resguardaba a oscuras. Entró en ella y fue hacia la cama, deshecha por un dolor roto. Pronunció las esperadas palabras mágicas y apareció de la nada un impresionante cofre, envuelto en un humo de misterio. Asustado y emocionado a la misma vez, Sehn acercó su mano para abrirlo. Cuando llevó a cabo dicha acción, se quedó boquiabierto al descubrir una bonita varita con pequeños rubíes dorados. Sin duda, era esto a lo que hacía referencia su princesa. No quiso perder más tiempo, se la guardó en su viejo pantalón y volvió tras sus pasos. Le pareció increíble lo fácil qué era poder burlar los aposentos de la gran hechicera. Un último respiro de placentera paz le llegó a sus pulmones cuando al abrir la puerta que daba salida a la torre, alguien que ya conocía le estaba esperando al otro lado.
-Vaya, vaya, vaya… -dijo con una sonrisa macabra la reina bruja.
Sehn se estremeció y miró a su alrededor. Al verla sola intentó defenderse para así alcanzar su huida, pero la hechicera era bastante poderosa. Alzó sus manos e hizo que el chico cayese derrotado a la fría hierba. Caminó hasta él, decorando sus labios con una maléfica sonrisa.
-¿Qué es lo que has venido a buscar, ladrón? –le preguntó enseñando su dentadura aturdida en una condena.
-No he hecho nada malo… Sólo quería saber si era cierto que no tenías encerrada en la torre a la princesa –quiso defenderse a través de una pequeña mentira, bastante absurda.
-Esa mocosa malcriada hace décadas que desapareció… Y todos lo sabéis –expuso rechinando sus dientes-. ¡Y jamás volverá!
Sus ojos maldecidos por la ira parecían querer huir por la vanidad de su dueña.
-Siento mucho lo ocurrido su majestad… No volverá a pasar –pidió su perdón bajando la mirada-. Me marcharé y nunca más volverá a saber de mí, se lo prometo.
La bruja le miró y soltó un luctuoso carcajeo.
-¿Te crees que soy estúpida? ¡Guardias!.
En poco menos que soltase la última sílaba con la que se componía su orden aparecieron en la oscuridad los cuerpos de unos robustos soldados con corazas negras.
-¡Arrestadle y traigan al pueblo a la hoguera! –exclamó con tiranía.
Sehn intentó defenderse de los guardas pero fue una jugada mentecata. No había nada que hacer.
-¡Lo siento! ¡No era mi intención, mi reina! –gritó asustado.
Ella se le acercó con mirada sanguinaria.
-Ahora todos veréis como se castiga por desobedecerme.
Los soldados se lo llevaron hasta una construcción de tortura. En ella se quemaban a todos los que discrepaban sus órdenes. A todos los que discutían su forma de pensar.
Sehn fue atado forzosamente y vio como el pueblo entero se acercaba a ver la trágica estampa. Se empezaron a escuchar voces de clemencia a la maldad de la bruja. Impotentes por no poder hacer nada, exigían un poco de humanidad a la malvada que no entendía de razonamiento. Los soldados cogieron varias antorchas quemadas y la lanzaron a la hoguera. Pronto, las brazas acabarían con una bondadosa vida. Entre las llamas del infierno, Sehn pudo ver los ojos del mal y su sonrisa macabra entre la humareda. Entonces, con sus manos y moviéndose lo que podía, fue alcanzando la varita mágica que se guardó en su pantalón. Las llamas estaban tocando su piel hasta que de pronto desapareció. El pueblo quedó fascinado y un fuerte vocerío de sorpresa se escuchó entre la multitud. La tenebrosa reina bruja quedó helada ante la situación, no entendía qué había ocurrido. De pronto, cerca de ella apareció el chico apuntándola con aquella arma que un día le hizo indefensa.
-¡Atrás, bruja! –ordenó, Sehn.
La hechicera le observó y empezó a reírse.
-¡Esto te debilitó un día y también lo hará ahora! –el chico no entendía su humor mortífero.
-Hace mucho tiempo de eso, insensato –dijo mostrando en sus labios una ira perversa.
Se sumaron en una lucha de poder donde un brutal espectáculo mágico corrió como el protagonista. El pueblo quiso participar en su salvación y se abalanzó contra los soldados. La lucha por la nueva libertad había comenzado.
Después de tanta batalla, Sehn logró destruir la vanidad de la bruja. Su hazaña inesperada fue la que llevó a su pueblo a la libertad. Pero no podían olvidar algo. Un reino debe ser gobernado por alguien y Sehn sabía perfectamente a quién pertenecía Lezdya. Corrió como nunca había corrido hasta el bosque sagrado y llegó lo más pronto posible a la casa empobrecida de diamantes. Fue hacia la princesa para destruir su maleficio con la varita mágica, aunque parecía que ya era demasiado tarde. La chica descansaba bajo un sueño perpetuo. Sehn con los ojos llorosos formuló el hechizo e hizo desaparecer la magia la sacó de su prisión de cristal y le devolvió su altura normal. Al hacerlo se dio cuenta de lo hermosa que era. La cogió entre sus brazos y la envolvió con su cuerpo. Al llegar con el cuerpo sin vida a Lezdya, todo el pueblo lloró su pérdida. Tan cerca de ellos y nunca lograron encontrarla, y cuando lo habían hecho no pudieron ayudarle. La pusieron en una hermosa cama rodeada de las flores más bonitas de todo el reino y se arrodillaron para despedirse de su verdadera reina. Sehn se acercó a ella y agarró una de sus manos. Posó su cachete sobre ella y derramó una lágrima de amor por su reina. Cerró los ojos y escuchó el latido de un corazón. Los abrió y quedó fascinado con lo que estaba viendo, la princesa perecida había vuelto a la vida. Desde ese milagroso momento, Lezdya fue gobernado por la reina que todos merecían y ésta presidió el trono con ese chico que llevó a su pueblo hacia la libertad. La historia de Lezdya fue el ejemplo de una civilización que demostró que un reino de maldad –tarde o temprano- se convierte en polvo esparcido por el viento.
A pesar de las nubes grises, el día era perfecto para ir a dar un bonito paseo al bosque sagrado. Desde que la poderosa bruja del reino ejerció su mandato, Sehn se refugiaba de la realidad en el lugar donde único podía oler la libertad. Había llovido bastante y las flores habían crecido a gran altitud. Acudió a su garganta un gargajeo propio de la felicidad, pero no podía saltarse las normas. En Lezdya no se podía hacer nada que antes no haya hecho la soberana. Y como bien se podía entender, sus gritos destructivos era la única melodía que existía a lo largo de todo el reino.
Mientras caminaba por el encantador paraje de árboles gigantes y flora colorida, Sehn paró sus pasos al ver un sendero bastante siniestro que nunca antes había visto. Desde que podía recordar siempre hacía el mismo recorrido y tenía claro que lo que tenía delante de sus ojos, nunca antes lo había visto. Giró su cabeza y vio un manzanal enorme muy cerca de él. Caminó hasta alcanzarlo y arrancó de una de sus ramas una manzana. Volvió tras sus pasos y tiró la fruta hacia el profundo sendero… Y nada ocurrió. Pensó por un momento que estaría embrujado, pero pudo comprobar que no era así. Arqueó una ceja reflejando confusión y se decidió a dar el primer paso de los valientes. Se dejó arrastrar por el camino tenebroso, expectante de cualquier acción para salir corriendo. Aunque, algo misterioso dentro de él le hablaba y le empujaba a avanzar sin miedo. En el final del extraño recorrido avistó una impresionante casa hecha con diamantes. Llamó su atención el hecho de que sentía como la espectacular morada absorbía parte de sus emociones. Sehn intuyó que tras sus paredes de riquezas se resguardaba alguien de corazón oscuro. Aún así quiso investigar. Se acercó con sigiloso paso a la puerta. Puso su puño en posición de influencia y antes de tocar el pomo, el portón le invitó a pasar sin nadie a quien esconder detrás de él. El chico se fió de su instinto y se adentró en la guarida. Dentro no había nadie y parecía que hacía unos cuantos años que estaba abandonada. Inspeccionó de refilón el apagado hogar sin huésped y le entró un escalofrío incesante. Decidió que lo más coherente era largarse de ese lugar lúgubre. Cuando se volteó, escuchó un estornudo a su espalda. Volvió la mirada y pudo comprobar que nadie habitaba entre las piedras de diamantes. Un segundo grito de enfermedad apareció y esta vez Sehn pudo determinar de dónde procedía. Fue en dirección a lo que parecía una pequeña sala de estar y, ahí, sobre un mueble apagado por el paso del tiempo encontró lo que jamás pensó que podría hallar. Una chica hermosa con mirada vagabunda estaba encerrada en una pequeña pecera de cristal. Se veía consumida. Su piel se adornaba de suciedad y unos pobres trapos cubrían sus curvas deshuesadas. Sehn quiso meter su mano para prestarle su ayuda pero un calambre rollizo recorrió hasta el último rincón de su cuerpo. Estaba maldecida por un hechizo muy poderoso.
-¿Quién eres? –preguntó asustado-. ¿Cómo te han metido ahí?
La chica con labios temblorosos le miró e hizo el esfuerzo de contestarle.
-Soy la princesa de Lezdya… Y una bruja malvada me secuestro pensando que tenía bajo mi custodia aquello que acabó con su magia negra. Hace años que me abandonó a mi suerte. Me queda muy poco de vida… Puedo sentirlo.
-¡Ey! ¡No digas eso! –intentó animarla-. Creo que sé quién te hizo esto… Hace tiempo que reina con crueldad el reino que tus padres crearon.
-¿Cómo están mis padres? –preguntó. Se levantó a puras penas para acercarse al cristal embrujado y esperar por la respuesta.
Sehn no sabía qué contestarle. Sabía que si le decía la verdad, la rendición estremecería su alma y no sacaría el valor para defender a su pueblo.
-No te preocupes por ellos… Tienes que decirme cómo puedo sacarte de aquí –le respondió al fin.
-Yo ya no tengo tiempo. Debes hacerlo tú por mí.
-¿Qué debo hacer?
El frío sudor caía por su frente acorralando a la angustia de su piel. Sehn miró el enorme castillo de la emperadora, manchada por una neblina de tinieblas. Suspiró sin provocar una aureola de terror y se encaminó en su aventura. Logró alcanzar la puerta secreta de una de las torres del palacio. Subió en silencio por la estrecha escalinata de caracol mojada por la serosidad de la humedad. Cuando alcanzó el pico de la torre, descubrió lo que ya se temía. Una habitación triste y abandona se resguardaba a oscuras. Entró en ella y fue hacia la cama, deshecha por un dolor roto. Pronunció las esperadas palabras mágicas y apareció de la nada un impresionante cofre, envuelto en un humo de misterio. Asustado y emocionado a la misma vez, Sehn acercó su mano para abrirlo. Cuando llevó a cabo dicha acción, se quedó boquiabierto al descubrir una bonita varita con pequeños rubíes dorados. Sin duda, era esto a lo que hacía referencia su princesa. No quiso perder más tiempo, se la guardó en su viejo pantalón y volvió tras sus pasos. Le pareció increíble lo fácil qué era poder burlar los aposentos de la gran hechicera. Un último respiro de placentera paz le llegó a sus pulmones cuando al abrir la puerta que daba salida a la torre, alguien que ya conocía le estaba esperando al otro lado.
-Vaya, vaya, vaya… -dijo con una sonrisa macabra la reina bruja.
Sehn se estremeció y miró a su alrededor. Al verla sola intentó defenderse para así alcanzar su huida, pero la hechicera era bastante poderosa. Alzó sus manos e hizo que el chico cayese derrotado a la fría hierba. Caminó hasta él, decorando sus labios con una maléfica sonrisa.
-¿Qué es lo que has venido a buscar, ladrón? –le preguntó enseñando su dentadura aturdida en una condena.
-No he hecho nada malo… Sólo quería saber si era cierto que no tenías encerrada en la torre a la princesa –quiso defenderse a través de una pequeña mentira, bastante absurda.
-Esa mocosa malcriada hace décadas que desapareció… Y todos lo sabéis –expuso rechinando sus dientes-. ¡Y jamás volverá!
Sus ojos maldecidos por la ira parecían querer huir por la vanidad de su dueña.
-Siento mucho lo ocurrido su majestad… No volverá a pasar –pidió su perdón bajando la mirada-. Me marcharé y nunca más volverá a saber de mí, se lo prometo.
La bruja le miró y soltó un luctuoso carcajeo.
-¿Te crees que soy estúpida? ¡Guardias!.
En poco menos que soltase la última sílaba con la que se componía su orden aparecieron en la oscuridad los cuerpos de unos robustos soldados con corazas negras.
-¡Arrestadle y traigan al pueblo a la hoguera! –exclamó con tiranía.
Sehn intentó defenderse de los guardas pero fue una jugada mentecata. No había nada que hacer.
-¡Lo siento! ¡No era mi intención, mi reina! –gritó asustado.
Ella se le acercó con mirada sanguinaria.
-Ahora todos veréis como se castiga por desobedecerme.
Los soldados se lo llevaron hasta una construcción de tortura. En ella se quemaban a todos los que discrepaban sus órdenes. A todos los que discutían su forma de pensar.
Sehn fue atado forzosamente y vio como el pueblo entero se acercaba a ver la trágica estampa. Se empezaron a escuchar voces de clemencia a la maldad de la bruja. Impotentes por no poder hacer nada, exigían un poco de humanidad a la malvada que no entendía de razonamiento. Los soldados cogieron varias antorchas quemadas y la lanzaron a la hoguera. Pronto, las brazas acabarían con una bondadosa vida. Entre las llamas del infierno, Sehn pudo ver los ojos del mal y su sonrisa macabra entre la humareda. Entonces, con sus manos y moviéndose lo que podía, fue alcanzando la varita mágica que se guardó en su pantalón. Las llamas estaban tocando su piel hasta que de pronto desapareció. El pueblo quedó fascinado y un fuerte vocerío de sorpresa se escuchó entre la multitud. La tenebrosa reina bruja quedó helada ante la situación, no entendía qué había ocurrido. De pronto, cerca de ella apareció el chico apuntándola con aquella arma que un día le hizo indefensa.
-¡Atrás, bruja! –ordenó, Sehn.
La hechicera le observó y empezó a reírse.
-¡Esto te debilitó un día y también lo hará ahora! –el chico no entendía su humor mortífero.
-Hace mucho tiempo de eso, insensato –dijo mostrando en sus labios una ira perversa.
Se sumaron en una lucha de poder donde un brutal espectáculo mágico corrió como el protagonista. El pueblo quiso participar en su salvación y se abalanzó contra los soldados. La lucha por la nueva libertad había comenzado.
Después de tanta batalla, Sehn logró destruir la vanidad de la bruja. Su hazaña inesperada fue la que llevó a su pueblo a la libertad. Pero no podían olvidar algo. Un reino debe ser gobernado por alguien y Sehn sabía perfectamente a quién pertenecía Lezdya. Corrió como nunca había corrido hasta el bosque sagrado y llegó lo más pronto posible a la casa empobrecida de diamantes. Fue hacia la princesa para destruir su maleficio con la varita mágica, aunque parecía que ya era demasiado tarde. La chica descansaba bajo un sueño perpetuo. Sehn con los ojos llorosos formuló el hechizo e hizo desaparecer la magia la sacó de su prisión de cristal y le devolvió su altura normal. Al hacerlo se dio cuenta de lo hermosa que era. La cogió entre sus brazos y la envolvió con su cuerpo. Al llegar con el cuerpo sin vida a Lezdya, todo el pueblo lloró su pérdida. Tan cerca de ellos y nunca lograron encontrarla, y cuando lo habían hecho no pudieron ayudarle. La pusieron en una hermosa cama rodeada de las flores más bonitas de todo el reino y se arrodillaron para despedirse de su verdadera reina. Sehn se acercó a ella y agarró una de sus manos. Posó su cachete sobre ella y derramó una lágrima de amor por su reina. Cerró los ojos y escuchó el latido de un corazón. Los abrió y quedó fascinado con lo que estaba viendo, la princesa perecida había vuelto a la vida. Desde ese milagroso momento, Lezdya fue gobernado por la reina que todos merecían y ésta presidió el trono con ese chico que llevó a su pueblo hacia la libertad. La historia de Lezdya fue el ejemplo de una civilización que demostró que un reino de maldad –tarde o temprano- se convierte en polvo esparcido por el viento.
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