GRACIAS POR TU VISITA

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martes, 14 de abril de 2015

ARIMA Y TAGUARO

        
 Historia de amor de dos hijos
  de la tierra de Támaran (Gran Canaria)


Esta historia está escrita por la tabona del tiempo en la piedra del Bentayga. La escriben las olas en las doradas arenas de nuestras playas y la susurra el viento al atardecer entre las palmeras y los mocanes. . .

Allá, en Texeda (actualmente Tejeda), uno de los más hermosos lugares de nuestra tierra, había un bosque de extraños árboles de tronco pétreo, cuya savia era oscura lava que sus raíces extraían de la tierra, y por ello sus flores eran negras y de pétalos ardientes. Este bosque pertenecía a un poderoso Guayre que tenía una hija muy bella llamada Arima.
Arima,  tenía todo cuanto podía apetecer; tierras, frutos, tamarcos de suave piel  y el amor y admiración de nobles y guerreros que suspiraban por una sonrisa suya o por una mirada de sus ojos. Pero ella solo tenía un deseo que nadie había podido cumplir: la hija del poderoso Guayre quería nieve de las altas cumbres para volver blancas las negras flores de su bosque.
Muchos intentaron convertir en realidad su sueño: caravanas de hombres y bestias subieron hasta los altos picos se llenaron de nieve grandes vasijas y por escarpados caminos, cruzando cañadas y barrancos, llegaron de nuevo al bosque; pero al vaciar los recipientes a los pies de Arima, de éstos sólo brotaron chorros de agua como frías rísas de burla a los que intentarona arrebatar el albo tesoro de las altas cumbres.

Una tarde, Arima contemplaba embelesada la blanca vestidura de las altas montañas, aspirando el aire fresco que había acariciado aquella nieve por la que suspiraba, cuando ante ella vio surgir un guerrero alto y recio que la miraba silenciosamente apoyando su mano derecha en el fuerte magado y llevando en la izquierda su tarja de madera de drago pintada de azul y amarillo.
Arima le devolvió la mirada y señaló tras él.
 - Vuelve por donde has venido, guerreo - le dijo -. 
Ya sabes que la ley castiga al hombre que se acerca a una mujer en la soledad del campo
- El guerrero le respondió: - No temo a la muerte Arima, y menos cuando ésta pueda venirme por haberte visto y oído. Eres más hermosa de lo que dicen, tus ojos son del color del mar que refleja el cielo al atardecer y tu voz es dulce como el charcequén con miel y como él lleva fuego a la sangre.
Arima lo miró detenidamente. - ¿Quién eres tú? 
Nunca te he visto entre los guerreros
- Soy Taguaro, de Aquexata - respondió éste 
Oí hablar de tí como de la mujer más hermosa de Támaran y quise conocerte
- Pero ahora vete – rogó ella -, no quiero que el castigo caiga sobre ti por mi causa
El guerrero señaló con su magado las  nevadas cumbres.
- Sé que ansías cubrir las negras flores de este bosque con el blanco de las montañas. 
Yo, Taguaro, lo traeré para ti.-  ¿Querrás entonces desposarte conmigo? 
Los ojos de la joven se fijaron unos instantes en los picachos nevados, para volverlos nuevamente hacie el guerrero, diciendole:
- Si haces eso, Taguaro, yo, Arima, guisaré en leche la carne de cabra a la entrada de tu cueva>>.
- Pues ates de que lleguen las fiestas del Beñesmén - prometió él
 - habré vuelto blancas las flores negras de tu bosque
- Yo también te hago una promesa - dijo la muchacha
 -, hazlo como dices y Arima dormirá entre sus brazos a los hijos de Taguaro

Desde el día de su encuentro con el guerrero en el bosque, 
Arima unía a sus sueños de flores blancas la figura de Taguaro…
Mientras Arima soñaba  y pensaba en él, Taguaro subió hasta el más alto de los picos de Támaran y, llenando de nieve una gran vasija de barro, alzó los ojos hacia el sol y le habló:
- Magec, esta nieve que llevo es mi felicidad, ella representa el amor de Arima. Haz que llegue blanca y pura hasta el bosque y yo, Taguaro, enseñaré a mis hijos a pronunciar tu nombre
Después de decir esto, el joven guerrero de Aquexata regresó al bosque, pero al verter el contenido de la vasija junto a uno de los árboles de negras flores, sólo salió agua.
Taguaro alzó entonces su mirada hacia el dorado dios, que impasible cruzaba el cielo, y gritó:
- ¡Escúchame, Magec! -  Te pedí que me ayudaras y te has reido de mí. Has clavado tu amodaga de fuego en la nieve que traje para Arima y la has convertido en agua. Eres una maguada vieja y malvada, una hechicera maléfica. Yo te reto. Lucharé contigo, mi magado contra tu amodaga de fuego, mi tarja de drago contra tu rodela de nubes. - ¿Me oyes, Magec? - Mañana te espero en lo alto del Bentayga. Alcorac dará la victoria al más valiente

Y se dice, que al día siguiente, al asomar Magec tras las aguas, su primera mirada fue para la cumbre del Bentayga, y allí estaba Taguaro, embrazada su tarja, firme su mano sobre el magado y la mirada desafiante puesta en el sol, que emergía del mar. Magec ascendió lento y majestuoso, hurgando con sus rayos en valles y hoquedades poniendo en fuga a las sombras que se escondían tras las montañas y se emetían en las cuevas huyendo de él, pero sin hacer caso del guerrero que lo esperaba para disputarle el sueño blanco de Arima.
Taguaro se encolerizó. - <<¡Magec, ven a luchar conmigo!
 -  Su voz rebotó por montañas y barrancos, acalló el rumor del mar y del viento, pero Magec la despreció y siguió su camino por titogán.
Durante tres días esperó Taguaro a que el sol se decidiera a luchar, pero, convencido al fin de que éste no lo haría nunca, decidió buscar otro medio para vencerlo. Así, un amanecer siguió el camino de  las sombras que huían ante el avance del sol y con ellas entró en una cueva. Y se dice que las sombras lo llevaron por muchos subterráneos hasta el palacio de Enac, la señora de la noche, y que allí, en ese hermos palacio oculto en las entrañas del Roque Bentayga, la misma Enac le dijo el medio de burlar al dios de oro y que fue Guanac, hijo de Enac y Guayre de las sombras, quien le ayudó en su empresa.

Varios días estuvo Taguaro trabajando intensamente: curtió con cuidado la piel de una cabra, cortó y vació el tronco de un drago y así, un atardecer, cargó ambas cosas a lomos de un camello y, mientras Magec se ocultaba entre las aguas, Taguaro salió  de la cueva acompañado de Guanac y las sombras que fueron con él hasta llegar al Pozo de las Nieves. Allí Taguaro cogió la blanaca nieve de las cumbres y la guardó en el tronco vaciado del drago, que luego cubrió cuidadosamente con la piel de cabra. Cargó al camello con el extraño bulto y, siempre acompañado por las sombras, bajó hasta el bosque de negras flores, al que llegó cuando Magec empezaba a salir del mar. Las sombras dieron su último consejo a Taguaro y corrieron a ocultarse en cuevas y barrancos, mientras Taguaro, con gran esfuerzo, descargaba al camello del tronco de drago relleno de nieve y, cubierto con la piel de cabra, se lo cargaba al hombro y se internaba en el bosque.

Aquel día, como siempre, la primera mirada de Magec fue para las altas cumbres donde guardaba su blanco tesoro de nieve. Furioso, comprobó que ésta faltaba, apartó las nubes que lo rodeaban y ascendió raudo buscando al osado que se había atrevido a apoderarse de ella. Pronto descubrió a Taguaro, que enterraba bajo un árbol lo que le pareció un animal acabado de sacrificar. Magec lo despreció. Él lo único que buscaba era la nieve de las cumbres. Corrió de un lado para otro de titogán lanzando dardos de fuego, resquebrajando las piedras, abriendo hendiduras y barrancos. Uno de estos dardos alcanzó de lleno al camello que había llevado Taguaro, que quedó petrificado como muda estatua de piedra y aún hoy nos recuerda la cólera de Magec. Sí, en Texeda puede verse la estatua de piedra del camello y allí estará mucho tiempo para recordarnos la lucha que sostuvieron el sol y Taguaro.
Cuando más furioso estaba Magec, oyo claramente la risa triunfante de Taguaro y, al mirar hacia el bosque donde éste estaba, vio con asombro cómo las negras flores se habían vuelto blancas como la nieve de las cumbres. Magex ocultó su derrota tras una nube y se alejó lentamente, jurándose tomar cumplida venganza de aquel que le había vencido.

 Arima, cuando vio su bosque como lo había soñado, sintió latir más aprisa su corazón. El amor que Taguaro sentía por ella había hecho el milagro y los ojos de la bella Arima se apartaron de la blancura de las flores buscando la figura de su amado. Después, cuando llegaron las fiestas del Beñesmén. Arima y Taguaro se unían en  matrimonio mientras se celebraban alegres danzas, se realizaban nobles luchas de destreza, corría el charcequén y humeaban las hogueras donde se guisaba en leche el cabrito.
Magec eligió el día de la boda para vengarse de la derrota sufrida. Había hablado con el viento ganandolo  para su causa. Así, en el momento en que era mayor la alegría, Magec lanzó sus saetas de fuego conta el bosque de flores blancas, mientras el viento, soplando fuertemente, y las arrancaba. En un momento quedaron los árboles despojados de sus bellas flores, que, caídas en el suelo, agostaba rápidamente el sol volviéndolas amarillas y secas. El viento sopló por última vez y arrastró aquellas flores que habian sido por unos días la realidad del sueño de Arima, mientras, en lo alto, Magec reia satisfecho de su victoria sobre el hombre que había osado desafiarle.

Taguaro, cuando cesaron las risas, los cantos y los bailes y todos los ojos quedaron fijos en él, sonrió y se acercó a uno de los árboles tendiéndole los brazos. El árbol sacudió una rama y unos extraños frutos cayeron en manos del guerrero, quien sonriendo con enorme satisfacción se acercó a su amada y se los entregó, diciéndole:
- Toma, Arima. Mira estos frutos, que te dirán mejor que  nadie que el amor de Taguaro es más fuerte que la cólera de Magec
Arima contempló aquellos frutos suaves y vellosos como la piel con que Taguaro cubriera un día el tronco de drago en el que encerró la nieve. Luego despojó uno de ellos de su piel y ante sus ojos apareció un pequeño trozo de madera, que al ser abierto, ofreció el tesoro que guardaba: una gota de nieve blanca y olorosa.
Y desde entonces, todos los años se repite el milagro que el amor de Taguaro por Arima hizo realidad, y los almendros de Texeda dan su fruto blanco como la nieve de las altas cumbres, cubiertos por una piel sueve y encerrados en un pequeño tronco de madera.

El sol se retiró vencido en compañía del viento y se ocultó tras el mar. 
Se hizo la noche y las sombras salieron de sus cuevas portando extrañas luces traídas del fondo de la tierra para iluminar la boda. Entonces, Arima, miró al mar y llamó a Magec:
- Escúchame - le dijo -, soy muy feliz y quiero darte algo de esta felcidad.
 Ven con nosotros a celebrar nuestras bodas
Y ocurrió, que el sol salió de las aguas, el viento sopló como suave brisa, y se hizo el día, un día en el que el sol y las sombras estuvieron juntos. Cuando terminó la fiesta Magec se fue ocultando entre las aguas en las que se iba fundiendo el oro con el negro, y Enac, la señora de la noche, bajaba desde el Bentayga acompañada de su séquito de sombras. Mientras Taguaro y Arima abrazados se retiraban andando muy despacio por los verdes valles camino de su hogar. El último rayo de sol iluminó las figuras de un hombre y una mujer que desde un promontorio miraban el mar. Magec mirandolos ocultó su sonrisa desde el horizonte...

…Y cada atardecer se repite la eterna balada con música de olas y viento en la que la luz y las sombras forman la mágica sinfonía de los claroscuros, y el crepúsculo se prolonga, mientras Magec y Enac se sontíen en el largo atardecer que comvierte a Gran Canaria en una isla encantada.

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