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martes, 14 de abril de 2015

LEYENDA DEL DRAGO MILENARIO



Esta es una leyenda que se cuenta por las Islas y que siempre me ha parecido una hermosa historia para rememorar los antiguos tiempos, aquellos en los que vivian en las Islas Canarias un pueblo noble y valiente.
Espero que les guste tanto como a mi.

Una tarde remota en el pasado, cierto navegante mercader llegaba de las costas atlánticas en busca de sangre de drago, producto muy en boga y de gran importancia en la elaboración de ciertas preparaciones de la farmacopea, y desembarcó cerca de una playa en la costa de Achinech (nombre aborigen de Tenerife), para llevar a efecto su lucrativo propósito.

Estando ya en la playa, sorprendió allí a unas infantas o damas de esta tierra Canaria, que conforme al rito tradicional se bañaban solas en el mar aquella tarde veraniega.

El intruso navegante las persiguió, logrando apoderarse de una de ellas. Esta trató astutamente de conquistar el corazón del extraño viajero para mejor distraerlo y lograr huir, y mostrándole signos de consideración y amistad le ofreció algunos hermosos frutos de la tierra.

Para aquel navegante que venía tras la sangre del drago, y traía en la imaginación y en el alma el mito helénico de las Hespérides, los frutos que aquella dama de esta tierra le ofreciera, pudieron muy bien parecerle las manzanas del mítico jardín. Mientras él comía gustosamente desprevenido, la bella aborigen saltó ágil al otro lado del barranco, y a todo correr huía hacia el bosquecillo cercano escondiéndose tras la arboleda.

El viajero, sorprendido en principio, trató de perseguirla de cerca, pero vio con sorpresa que algo se interponía en su camino, que un árbol extraño movía sus hojas como dagas infinitas, y que el tronco parecido al cuerpo de una serpiente se agitaba con el viento marino y entre sus tentáculos se ocultaba la bella doncella *guanche (nombre aborigen de los habitantes de Tenerife).

El navegante lanzó el dardo que llevaba en sus manos, contra lo que a él se le figuró como un monstruo, con gran miedo y asombro, y al quedarse clavado en el tronco, del extremo de la jabalina empezó a gotear sangre líquida del drago.

Confuso y atemorizado, el hombre huyó laderas abajo, subió a su pequeña barca y se alejó de la costa, mientras iba pensando en su corazón, que había sorprendido en el jardín a una de las Hespérides, a la que salió a defender el mítico dragón.

En la antiguedad se decia, que los dragones, al morir, se convertían en dragos.

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