El mito comienza con las bodas de Tetis la nereida hija de Nereo (Dios de los Mares) y Peleo (rey de los mirmidones), boda a la que no faltaron los hombres más importantes del mundo, ni siquiera los dioses del Olimpo quisieron perderse la cita. Apenas empezada, Proteo (el anciano sabio) profetió a Tetis: "Serás madre de un joven que en sus años de fortaleza superará las hazañas de su padre y será llamado más importante que él”.
Pero Zéus, que jamás dejaba pasar la oportunidad de acostarse con mujeres hermosas, suplantó a Peleo en el lecho; pero éste apareció súbitamente, de tal forma que el dios debió camuflarse en un vapor. Con las entrañas ardiendo por la semilla abrasadora del Señor del Olimpo, Tetis también recibió a su marido legítimo, Peleo y entre ambos engendrarían al Invencible, al Intocable Aquiles.
Las fiestas por la boda se sucedían día tras día. Los bailes y el vino fuerte, aromatizado con hierbas, corrían abundantes entre dioses y mortales. En el quinto día de festejos apareció la única criatura inmortal que no habia sido invitada, Eris (Diosa de la Discordia).
Eris, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo, y a la que habían sido convidados todos los dioses, urdió un modo de vengarse sembrando la discordia entre los invitados. Se presentó en el sitio donde estaba teniendo lugar el banquete, y arrojó sobre la mesa una manzana de oro diciendo: "Esta manzana ha de ser para la dama mas hermosa de las aquí presentes".
Las tres diosas más importantes del Olimpo: Hera, Afrodita y Atenea que estaban allí, tras un momento de confusión, creyéndose aludidas por las palabras de Eris y despues de un momento de confusión, se lanzaron sobre la manzana de oro produciéndose una gran disputa, en la que hubo de intervenir el padre de todos los dioses, Zeus. Este para evitar el conflicto entre ellas, decidió encomendar la elección a un joven mortal llamado Paris, que era hijo del rey de Troya.
El Dios mensajero, Hermes, fue enviado a buscarlo con el encargo del Juicio que se le pedía; localizó al príncipe - pastor y le mostró la manzana de oro, de la que tendría que hacer entrega a la diosa que considerara más hermosa. Precisamente por eso lo había elegido Zeus; por haber vivido alejado y separado del mundo y de las pasiones humanas. Así, se esperaba de él que su juicio fuera absolutamente imparcial.
Cada una de las diosas pretendió convencer al improvisado juez, intentando incluso sobornarlo. La diosa Hera, esposa de Zeus, le ofreció todo el poder que pudiera desear, o, también, el título de Emperador de Asia; Atenea, diosa de la inteligencia, además de serlo de la guerra, le ofreció la sabiduría o, según otras versiones, la posibilidad de vencer todas las batallas a las que se presentase; Afrodita, le ofreció el amor de la más bella mujer del mundo.
Todavía indeciso, o simulando indecisión, Paris confesó que aún no podía declarar cual de las tres era la más bella. Acto seguido, las diosas, acaso indignadas por la duda del príncipe, se arrancaron las ropas y quedaron desnudas ante sus ojos y los de todos los comensales. Revisó sesudamente la perfección de las diosas, la inmortalidad hecha carne, y Paris se decidió finalmente por Afrodita.
Pero su decisión acarrearía para el joven Paris y su pueblo, Troya, consecuencias devastadoras. La promesa de Afrodita se cumplió en toda regla, ya que la hermosa mujer por la que Afrodita hizo crecer el amor en el pecho de Paris, era Helena, la mujer mas hermosa del mundo y esposa de Menelao, rey de Esparta. En ocasión del paso de Páris por las tierras de este rey, después de haber pernoctado en su palacio, y de haber pasado una noche apasionada, raptó a la bella Helena y se la llevó a Illión.
Esto enfureció a Menelao y éste convocó a los reyes aqueos como Agamenón, su hermano, que fue nombrado comandante en jefe; Odiseo, que, inspirado por la Diosa Atenea (furiosa por perder), fue el que ideó el caballo de madera con el que la expedición aquea pudo por fin tomar Troya y Aquiles, entre muchos otros, para ir a recuperar a Helena o, si fuese necesario, pelear por ella en Troya, hecho que glosa Homero en la Ilíada.
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