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martes, 28 de abril de 2015

EL NIÑO QUE PUDO HACERLO

Cuentos para entender el mundo. El niño que pudo hacerlo. Eloy Moreno

El niño que pudo hacerlo

Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que con-siguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.
A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos.
Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
-Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.
-¿Cómo? -respondieron sorprendidos.
-No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
Eloy Moreno. Adaptación de un cuento popular.
Incluído en “Cuentos para entender el mundo”
Puedes conseguirlo firmado y dedicado aquí:
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martes, 21 de abril de 2015

EL AVE MÁGICA QUE HECHIZÁBA CON SU CANTO

 EL AVE MÁGICA    
 QUE HECHIZÁBA CON SU CANTO


“El ave mágica que hechizaba con su canto”, es un cuento que pertenece a la colección de 37 cuentos que Nelson Mandela ha recogido del folclore tradicional africano para su libro  “Fauvourite hitories for Children”.

Una antología que, como él mismo dice en el prólogo, reúne varios cuentos africanos y “los devuelve a través de nuevas voces a los niños de África”, después de que hayan viajado por lugares remotos y que nos muestran la esencia de África. Cuentos que en muchos casos son universales “por el retrato que hacen de la humanidad”.

Un cuento es un cuento –sigue diciendo Mandela- y el cuenta cuentos “puede contarlo como le dicte su imaginación, su forma de ser y su entorno; y si al cuento le crecen alas, y otro se lo apropia no hay manera de retenerlo a nuestro lado”. Así, los cuentos viajan y se enriquecen con nuevos detalles y se alargan o se reducen y pierden detalles, pero conservan lo esencial del mensaje que quieren transmitir.

Este cuento de África Oriental sobre la inocencia y el poder de los niños fue recogido a comienzos del siglo XX en Banalandia, Tanganica (hoy Tanzania) , por el pastor Julius Oelke de la iglesia misionera de Berlín.


 Había una vez un poblado, donde la gente se sentía feliz y en seguridad, hasta que un mal día la desgracia cayó sobre él. Todo lo que los campesinos plantaban desaparecía; borregos, cabras y gallinas menguaban de día en día. Hasta las puertas de graneros y almacenas eran forzadas y las reservas robadas.
Ni los más valiente y expertos cazadores conseguían echar mano a la responsable de tanta desgracia, un ave gigantesca y extraña que se había instalado en la comarca. Era demasiado veloz, y los campesinos apenas alcanzaban a verla, cuando batiendo sus gigantescas alas se refugiaba en la copa del más robusto, alto y frondoso de los árboles.
Así, la desdicha se abatió sobre el poblado. Por todas partes se oían lamentos.
Desesperado, de ver arruinadas las cosechas, diezmados rebaños y reservas de alimentos, el jefe convocó a mayores y adultos y les ordenó:
 Afilad hachas y machetes. Talad el árbol y atacad al ave como un solo hombre. Esa es la solución.
Con las hachas y machetes relucientes y afilados como cuchillas, los mayores se acercaron al árbol. Los primeros golpes cayeron con fuerza y se hundieron profundamente sobre el tronco. El árbol se estremeció y del denso follaje de la copa emergió la extraña y misteriosa ave. Entonaba una canción dulce como la miel, que caló en el corazón de los hombres al hablarles del pasado que nunca había de volver. Tan portentoso y bello era aquel canto, que de las manos de los hombres se fueron desprendiendo uno a uno machetes y hachas. Se postraron de rodillas y alzaron sus ojos llenos de nostalgia y de agradecimiento hacia el ave que cantaba para ellos.
A los mayores se les debilitaron los brazos y se les ablandó el corazón. Cada uno se decía:
 ¡Imposible! ¡Esta preciosa ave no puede haber causado tantos estragos!
Y cuando el sol se hundió por el oeste volvieron al pueblo y dijeron al rey que no harían daño al ave por nada del mundo.
El rey se enfadó mucho.
 Entonces llamaré a los jóvenes para que sean ellos quienes destruyan el poder del pájaro.
A la mañana siguiente, empuñaron machetes y hachas y se dirigieron al árbol. También esta vez los primeros golpes cayeron con fuerza, las ramas se abrieron para dar paso a la bella y extraña criatura de plumaje multicolor. La bella melodía resonó. Los mozos escuchaban hechizados la canción que les hablaba de amor de valentía, de las bellas hazañas que les depararía el futuro.
 ¡Este ave no puede ser mala!, pensaron.
A los jóvenes se les debilitaron los brazos, hachas y machetes se les cayeron de las manos y, como antes habían hecho sus mayores, se arrodillaron para escuchar el canto del ave.
Al caer la noche volvieron a presentarse ante el jefe. En sus oídos todavía resonaba la canción del ave.
 ¡Imposible hacer lo que has pedido! ¡Nadie puede resistir a la magia de este pájaro!
El jefe montó en cólera.
 Ya sólo me quedan los niños –dijo-. Los niños distinguen lo que ven y lo que oyen con claridad. Me pondré al frente de ellos para acabar con el ave.
A la mañana siguiente, el jefe y los niños se encaminaron al árbol donde se reposaba la extraña ave. A los primeros golpes, el dosel del follaje se abrió y apareció el ave con su la deslumbrante hermosura de siempre. Pero los niños no miraron hacia arriba. Su mirada no se apartó de las hachas y machetes que empuñaban. Y se pusieron a dar golpes y más golpes, siguiendo el ritmo de su propio canto.
El ave rompió a cantar. El jefe oyó la belleza sin par de la canción y sintió que se debilitaban sus manos. Pero los niños sólo escuchaban el sonido seco y acompasado de sus hachas y machetes
Finalmente el tronco crujió y se partió en dos. El árbol se desplomó y con él cayó la extraña y misteriosa ave. El jefe la encontró aplastada por el peso de las ramas.
La gente acudió en tropel desde todas las direcciones. Los endurecidos mayores y los robustos jóvenes no podían creer lo que habían logrado los niños con sus finos brazos.
Esa noche, el jefe organizó un gran festejo para recompensar a los niños por lo que habían hecho.
 Vosotros sois los únicos que distinguís la verdad de lo que oís y veis con claridad –dijo-. Vosotros sois los ojos y los oídos de la tribu.

domingo, 19 de abril de 2015

( CUENTO ) LA BRUJA DE LEZDYA


Cuento: La Bruja de Lezdya

     Cuenta una leyenda que en la época de la luna dorada una maldición abrazó el reino de Lezdya. Una poderosa bruja consiguió embelesar a todo aquel que se resistía a pensar de forma diferente. Bañó sus calles de tortura, apoderándose de la cordialidad de sus habitantes. El ejército del rey de Lezdya consiguió frenar la furia de la hechicera gracias a la encantadora heredera. Ésta, impregna de una arrogante inteligencia, consiguió fabricar una varita adornada con rubíes dorados capaz de bloquear la magia negra. La furiosa bruja se marchó envuelta en ira hasta las profundidades del bosque sagrado, donde jamás se encontró su rastro. Después de unos años de eterna claridad ocurrió un hecho horrible. La hija predilecta del rey desapareció sin dejar señales cuando salió a coger fresas al bosque. Un pequeño despiste de uno de sus soldados desencadenó la tristeza de todo un reino. Pasaron décadas sin tener noticias de ella. Sus padres nunca pudieron despedirse de su eterna hija de ojos brillantes. En sus corazones la mantuvieron al calor de la esperanza hasta que llegó el momento en que la naturaleza no te permite pedirle más tiempo. Antes del adiós definitivo, el rey de Lezdya escribió a sus dioses un último deseo, que calló para siempre bajos los labios sedientos de un gran soberano. Tras su pérdida, una nube tenebrosa oscureció los cielos. La maléfica bruja volvió al reino para aclamar lo que le pertenecía, aprovechando las pérdidas de sus almas sucesoras. Con siniestra maestría logró apoderarse de cada uno de sus rincones, siendo absorbida por la tiranía. Su voz era la única reinante y sus palabras las únicas capaces de ser pronunciadas. Pronto el reino de Lezdya se convirtió en el cruel retozo de una perversa apariencia. La vida crecía al borde de un suspiro de anhelo… La vida observaba paciente el hecho que pronto tenía que ocurrir.
    
     A pesar de las nubes grises, el día era perfecto para ir a dar un bonito paseo al bosque sagrado. Desde que la poderosa bruja del reino ejerció su mandato, Sehn se refugiaba de la realidad en el lugar donde único podía oler la libertad. Había llovido bastante y las flores habían crecido a gran altitud. Acudió a su garganta un gargajeo propio de la felicidad, pero no podía saltarse las normas. En Lezdya no se podía hacer nada que antes no haya hecho la soberana. Y como bien se podía entender, sus gritos destructivos era la única melodía que existía a lo largo de todo el reino.
     Mientras caminaba por el encantador paraje de árboles gigantes y flora colorida, Sehn paró sus pasos al ver un sendero bastante siniestro que nunca antes había visto. Desde que podía recordar siempre hacía el mismo recorrido y tenía claro que lo que tenía delante de sus ojos, nunca antes lo había visto. Giró su cabeza y vio un manzanal enorme muy cerca de él. Caminó hasta alcanzarlo y arrancó de una de sus ramas una manzana. Volvió tras sus pasos y tiró la fruta hacia el profundo sendero… Y nada ocurrió. Pensó por un momento que estaría embrujado, pero pudo comprobar que no era así. Arqueó una ceja reflejando confusión y se decidió a dar el primer paso de los valientes. Se dejó arrastrar por el camino tenebroso, expectante de cualquier acción para salir corriendo. Aunque, algo misterioso dentro de él le hablaba y le empujaba a avanzar sin miedo. En el final del extraño recorrido avistó una impresionante casa hecha con diamantes. Llamó su atención el hecho de que sentía como la espectacular morada absorbía parte de sus emociones. Sehn intuyó que tras sus paredes de riquezas se resguardaba alguien de corazón oscuro. Aún así quiso investigar. Se acercó con sigiloso paso a la puerta. Puso su puño en posición de influencia y antes de tocar el pomo, el portón le invitó a pasar sin nadie a quien esconder detrás de él. El chico se fió de su instinto y se adentró en la guarida. Dentro no había nadie y parecía que hacía unos cuantos años que estaba abandonada. Inspeccionó de refilón el apagado hogar sin huésped y le entró un escalofrío incesante. Decidió que lo más coherente era largarse de ese lugar lúgubre. Cuando se volteó, escuchó un estornudo a su espalda. Volvió la mirada y pudo comprobar que nadie habitaba entre las piedras de diamantes. Un segundo grito de enfermedad apareció y esta vez Sehn pudo determinar de dónde procedía. Fue en dirección a lo que parecía una pequeña sala de estar y, ahí, sobre un mueble apagado por el paso del tiempo encontró lo que jamás pensó que podría hallar. Una chica hermosa con mirada vagabunda estaba encerrada en una pequeña pecera de cristal. Se veía consumida. Su piel se adornaba de suciedad y unos pobres trapos cubrían sus curvas deshuesadas. Sehn quiso meter su mano para prestarle su ayuda pero un calambre rollizo recorrió hasta el último rincón de su cuerpo. Estaba maldecida por un hechizo muy poderoso.
     -¿Quién eres? –preguntó asustado-. ¿Cómo te han metido ahí?
     La chica con labios temblorosos le miró e hizo el esfuerzo de contestarle.
     -Soy la princesa de Lezdya… Y una bruja malvada me secuestro pensando que tenía bajo mi custodia aquello que acabó con su magia negra. Hace años que me abandonó a mi suerte. Me queda muy poco de vida… Puedo sentirlo.
     -¡Ey! ¡No digas eso! –intentó animarla-. Creo que sé quién te hizo esto… Hace tiempo que reina con crueldad el reino que tus padres crearon.
     -¿Cómo están mis padres? –preguntó. Se levantó a puras penas para acercarse al cristal embrujado y esperar por la respuesta.
     Sehn no sabía qué contestarle. Sabía que si le decía la verdad, la rendición estremecería su alma y no sacaría el valor para defender a su pueblo.
     -No te preocupes por ellos… Tienes que decirme cómo puedo sacarte de aquí –le respondió al fin.
     -Yo ya no tengo tiempo. Debes hacerlo tú por mí.
     -¿Qué debo hacer?

      El frío sudor caía por su frente acorralando a la angustia de su piel. Sehn miró el enorme castillo de la emperadora, manchada por una neblina de tinieblas. Suspiró sin provocar una aureola de terror y se encaminó en su aventura. Logró alcanzar la puerta secreta de una de las torres del palacio. Subió en silencio por la estrecha escalinata de caracol mojada por la serosidad de la humedad. Cuando alcanzó el pico de la torre, descubrió lo que ya se temía. Una habitación triste y abandona se resguardaba a oscuras. Entró en ella y fue hacia la cama, deshecha por un dolor roto. Pronunció las esperadas palabras mágicas y apareció de la nada un impresionante cofre, envuelto en un humo de misterio. Asustado y emocionado a la misma vez, Sehn acercó su mano para abrirlo. Cuando llevó a cabo dicha acción, se quedó boquiabierto al descubrir una bonita varita con pequeños rubíes dorados. Sin duda, era esto a lo que hacía referencia su princesa. No quiso perder más tiempo, se la guardó en su viejo pantalón y volvió tras sus pasos. Le pareció increíble lo fácil qué era poder burlar los aposentos de la gran hechicera. Un último respiro de placentera paz le llegó a sus pulmones cuando al abrir la puerta que daba salida a la torre, alguien que ya conocía le estaba esperando al otro lado.
     -Vaya, vaya, vaya… -dijo con una sonrisa macabra la reina bruja.
     Sehn se estremeció y miró a su alrededor. Al verla sola intentó defenderse para así alcanzar su huida, pero la hechicera era bastante poderosa. Alzó sus manos e hizo que el chico cayese derrotado a la fría hierba. Caminó hasta él, decorando sus labios con una maléfica sonrisa.
     -¿Qué es lo que has venido a buscar, ladrón? –le preguntó enseñando su dentadura aturdida en una condena.
     -No he hecho nada malo… Sólo quería saber si era cierto que no tenías encerrada en la torre a la princesa –quiso defenderse a través de una pequeña mentira, bastante absurda.
     -Esa mocosa malcriada hace décadas que desapareció… Y todos lo sabéis –expuso rechinando sus dientes-. ¡Y jamás volverá!
     Sus ojos maldecidos por la ira parecían querer huir por la vanidad de su dueña.
     -Siento mucho lo ocurrido su majestad… No volverá a pasar –pidió su perdón bajando la mirada-. Me marcharé y nunca más volverá a saber de mí, se lo prometo.
     La bruja le miró y soltó un luctuoso carcajeo.
     -¿Te crees que soy estúpida? ¡Guardias!.
      En poco menos que soltase la última sílaba con la que se componía su orden aparecieron en la oscuridad los cuerpos de unos robustos soldados con corazas negras.
     -¡Arrestadle y traigan al pueblo a la hoguera! –exclamó con tiranía.
     Sehn intentó defenderse de los guardas pero fue una jugada mentecata. No había nada que hacer.
     -¡Lo siento! ¡No era mi intención, mi reina! –gritó asustado.
     Ella se le acercó con mirada sanguinaria.
     -Ahora todos veréis como se castiga por desobedecerme.
     Los soldados se lo llevaron hasta una construcción de tortura. En ella se quemaban a todos los que discrepaban sus órdenes. A todos los que discutían su forma de pensar.
     Sehn fue atado forzosamente y vio como el pueblo entero se acercaba a ver la trágica estampa. Se empezaron a escuchar voces de clemencia a la maldad de la bruja. Impotentes por no poder hacer nada, exigían un poco de humanidad a la malvada que no entendía de razonamiento. Los soldados cogieron varias antorchas quemadas y la lanzaron a la hoguera. Pronto, las brazas acabarían con una bondadosa vida. Entre las llamas del infierno, Sehn pudo ver los ojos del mal y su sonrisa macabra entre la humareda. Entonces, con sus manos y moviéndose lo que podía, fue alcanzando la varita mágica que se guardó en su pantalón. Las llamas estaban tocando su piel hasta que de pronto desapareció. El pueblo quedó fascinado y un fuerte vocerío de sorpresa se escuchó entre la multitud. La tenebrosa reina bruja quedó helada ante la situación, no entendía qué había ocurrido. De pronto, cerca de ella apareció el chico apuntándola con aquella arma que un día le hizo indefensa.
     -¡Atrás, bruja! –ordenó, Sehn.
     La hechicera le observó y empezó a reírse.
     -¡Esto te debilitó un día y también lo hará ahora! –el chico no entendía su humor mortífero.
     -Hace mucho tiempo de eso, insensato –dijo mostrando en sus labios una ira perversa.
     Se sumaron en una lucha de poder donde un brutal espectáculo mágico corrió como el protagonista. El pueblo quiso participar en su salvación y se abalanzó contra los soldados. La lucha por la nueva libertad había comenzado.
     Después de tanta batalla, Sehn logró destruir la vanidad de la bruja. Su hazaña inesperada fue la que llevó a su pueblo a la libertad. Pero no podían olvidar algo. Un reino debe ser gobernado por alguien y Sehn sabía perfectamente a quién pertenecía Lezdya. Corrió como nunca había corrido hasta el bosque sagrado y llegó lo más pronto posible a la casa empobrecida de diamantes. Fue hacia la princesa para destruir su maleficio con la varita mágica, aunque parecía que ya era demasiado tarde. La chica descansaba bajo un sueño perpetuo. Sehn con los ojos llorosos formuló el hechizo e hizo desaparecer la magia la sacó de su prisión de cristal y le devolvió su altura normal. Al hacerlo se dio cuenta de lo hermosa que era. La cogió entre sus brazos y la envolvió con su cuerpo. Al llegar con el cuerpo sin vida a Lezdya, todo el pueblo lloró su pérdida. Tan cerca de ellos y nunca lograron encontrarla, y cuando lo habían hecho no pudieron ayudarle. La pusieron en una hermosa cama rodeada de las flores más bonitas de todo el reino y se arrodillaron para despedirse de su verdadera reina. Sehn se acercó a ella y agarró una de sus manos. Posó su cachete sobre ella y derramó una lágrima de amor por su reina. Cerró los ojos y escuchó el latido de un corazón. Los abrió y quedó fascinado con lo que estaba viendo, la princesa perecida había vuelto a la vida. Desde ese milagroso momento, Lezdya fue gobernado por la reina que todos merecían y ésta presidió el trono con ese chico que llevó a su pueblo hacia la libertad. La historia de Lezdya fue el ejemplo de una civilización que demostró que un reino de maldad –tarde o temprano- se convierte en polvo esparcido por el viento. 

sábado, 18 de abril de 2015

LAS PIRAMIDES

Visitando las pirámides con Bennu

Visitando las piramides con Bennu¿Quieres conocer la historia del Antiguo Egipto de la mano de Bennu? Bennu es una niña egipcia de 9 años que sabe un montón de cosas de su país.
Miguel aprendió mucho sobre Egipto y sus pirámides durante sus vacaciones en Egipto gracias ella.
¿Os animáis a conocer la pirámides egipcias con Bennu? Será muy divertido. Pues, vamos….
Edad recomendada, a partir de 8 años.
Categoría: No Ficción infantil
Autor: Xuxo Monforte
Ilustraciones: Vico Cóceres
Publicación: 12/04/2015
Editorial: Editorial Weeble
Páginas: 24 páginas
Idiomas: Catellano y catalán

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martes, 14 de abril de 2015

ARIMA Y TAGUARO

        
 Historia de amor de dos hijos
  de la tierra de Támaran (Gran Canaria)


Esta historia está escrita por la tabona del tiempo en la piedra del Bentayga. La escriben las olas en las doradas arenas de nuestras playas y la susurra el viento al atardecer entre las palmeras y los mocanes. . .

Allá, en Texeda (actualmente Tejeda), uno de los más hermosos lugares de nuestra tierra, había un bosque de extraños árboles de tronco pétreo, cuya savia era oscura lava que sus raíces extraían de la tierra, y por ello sus flores eran negras y de pétalos ardientes. Este bosque pertenecía a un poderoso Guayre que tenía una hija muy bella llamada Arima.
Arima,  tenía todo cuanto podía apetecer; tierras, frutos, tamarcos de suave piel  y el amor y admiración de nobles y guerreros que suspiraban por una sonrisa suya o por una mirada de sus ojos. Pero ella solo tenía un deseo que nadie había podido cumplir: la hija del poderoso Guayre quería nieve de las altas cumbres para volver blancas las negras flores de su bosque.
Muchos intentaron convertir en realidad su sueño: caravanas de hombres y bestias subieron hasta los altos picos se llenaron de nieve grandes vasijas y por escarpados caminos, cruzando cañadas y barrancos, llegaron de nuevo al bosque; pero al vaciar los recipientes a los pies de Arima, de éstos sólo brotaron chorros de agua como frías rísas de burla a los que intentarona arrebatar el albo tesoro de las altas cumbres.

Una tarde, Arima contemplaba embelesada la blanca vestidura de las altas montañas, aspirando el aire fresco que había acariciado aquella nieve por la que suspiraba, cuando ante ella vio surgir un guerrero alto y recio que la miraba silenciosamente apoyando su mano derecha en el fuerte magado y llevando en la izquierda su tarja de madera de drago pintada de azul y amarillo.
Arima le devolvió la mirada y señaló tras él.
 - Vuelve por donde has venido, guerreo - le dijo -. 
Ya sabes que la ley castiga al hombre que se acerca a una mujer en la soledad del campo
- El guerrero le respondió: - No temo a la muerte Arima, y menos cuando ésta pueda venirme por haberte visto y oído. Eres más hermosa de lo que dicen, tus ojos son del color del mar que refleja el cielo al atardecer y tu voz es dulce como el charcequén con miel y como él lleva fuego a la sangre.
Arima lo miró detenidamente. - ¿Quién eres tú? 
Nunca te he visto entre los guerreros
- Soy Taguaro, de Aquexata - respondió éste 
Oí hablar de tí como de la mujer más hermosa de Támaran y quise conocerte
- Pero ahora vete – rogó ella -, no quiero que el castigo caiga sobre ti por mi causa
El guerrero señaló con su magado las  nevadas cumbres.
- Sé que ansías cubrir las negras flores de este bosque con el blanco de las montañas. 
Yo, Taguaro, lo traeré para ti.-  ¿Querrás entonces desposarte conmigo? 
Los ojos de la joven se fijaron unos instantes en los picachos nevados, para volverlos nuevamente hacie el guerrero, diciendole:
- Si haces eso, Taguaro, yo, Arima, guisaré en leche la carne de cabra a la entrada de tu cueva>>.
- Pues ates de que lleguen las fiestas del Beñesmén - prometió él
 - habré vuelto blancas las flores negras de tu bosque
- Yo también te hago una promesa - dijo la muchacha
 -, hazlo como dices y Arima dormirá entre sus brazos a los hijos de Taguaro

Desde el día de su encuentro con el guerrero en el bosque, 
Arima unía a sus sueños de flores blancas la figura de Taguaro…
Mientras Arima soñaba  y pensaba en él, Taguaro subió hasta el más alto de los picos de Támaran y, llenando de nieve una gran vasija de barro, alzó los ojos hacia el sol y le habló:
- Magec, esta nieve que llevo es mi felicidad, ella representa el amor de Arima. Haz que llegue blanca y pura hasta el bosque y yo, Taguaro, enseñaré a mis hijos a pronunciar tu nombre
Después de decir esto, el joven guerrero de Aquexata regresó al bosque, pero al verter el contenido de la vasija junto a uno de los árboles de negras flores, sólo salió agua.
Taguaro alzó entonces su mirada hacia el dorado dios, que impasible cruzaba el cielo, y gritó:
- ¡Escúchame, Magec! -  Te pedí que me ayudaras y te has reido de mí. Has clavado tu amodaga de fuego en la nieve que traje para Arima y la has convertido en agua. Eres una maguada vieja y malvada, una hechicera maléfica. Yo te reto. Lucharé contigo, mi magado contra tu amodaga de fuego, mi tarja de drago contra tu rodela de nubes. - ¿Me oyes, Magec? - Mañana te espero en lo alto del Bentayga. Alcorac dará la victoria al más valiente

Y se dice, que al día siguiente, al asomar Magec tras las aguas, su primera mirada fue para la cumbre del Bentayga, y allí estaba Taguaro, embrazada su tarja, firme su mano sobre el magado y la mirada desafiante puesta en el sol, que emergía del mar. Magec ascendió lento y majestuoso, hurgando con sus rayos en valles y hoquedades poniendo en fuga a las sombras que se escondían tras las montañas y se emetían en las cuevas huyendo de él, pero sin hacer caso del guerrero que lo esperaba para disputarle el sueño blanco de Arima.
Taguaro se encolerizó. - <<¡Magec, ven a luchar conmigo!
 -  Su voz rebotó por montañas y barrancos, acalló el rumor del mar y del viento, pero Magec la despreció y siguió su camino por titogán.
Durante tres días esperó Taguaro a que el sol se decidiera a luchar, pero, convencido al fin de que éste no lo haría nunca, decidió buscar otro medio para vencerlo. Así, un amanecer siguió el camino de  las sombras que huían ante el avance del sol y con ellas entró en una cueva. Y se dice que las sombras lo llevaron por muchos subterráneos hasta el palacio de Enac, la señora de la noche, y que allí, en ese hermos palacio oculto en las entrañas del Roque Bentayga, la misma Enac le dijo el medio de burlar al dios de oro y que fue Guanac, hijo de Enac y Guayre de las sombras, quien le ayudó en su empresa.

Varios días estuvo Taguaro trabajando intensamente: curtió con cuidado la piel de una cabra, cortó y vació el tronco de un drago y así, un atardecer, cargó ambas cosas a lomos de un camello y, mientras Magec se ocultaba entre las aguas, Taguaro salió  de la cueva acompañado de Guanac y las sombras que fueron con él hasta llegar al Pozo de las Nieves. Allí Taguaro cogió la blanaca nieve de las cumbres y la guardó en el tronco vaciado del drago, que luego cubrió cuidadosamente con la piel de cabra. Cargó al camello con el extraño bulto y, siempre acompañado por las sombras, bajó hasta el bosque de negras flores, al que llegó cuando Magec empezaba a salir del mar. Las sombras dieron su último consejo a Taguaro y corrieron a ocultarse en cuevas y barrancos, mientras Taguaro, con gran esfuerzo, descargaba al camello del tronco de drago relleno de nieve y, cubierto con la piel de cabra, se lo cargaba al hombro y se internaba en el bosque.

Aquel día, como siempre, la primera mirada de Magec fue para las altas cumbres donde guardaba su blanco tesoro de nieve. Furioso, comprobó que ésta faltaba, apartó las nubes que lo rodeaban y ascendió raudo buscando al osado que se había atrevido a apoderarse de ella. Pronto descubrió a Taguaro, que enterraba bajo un árbol lo que le pareció un animal acabado de sacrificar. Magec lo despreció. Él lo único que buscaba era la nieve de las cumbres. Corrió de un lado para otro de titogán lanzando dardos de fuego, resquebrajando las piedras, abriendo hendiduras y barrancos. Uno de estos dardos alcanzó de lleno al camello que había llevado Taguaro, que quedó petrificado como muda estatua de piedra y aún hoy nos recuerda la cólera de Magec. Sí, en Texeda puede verse la estatua de piedra del camello y allí estará mucho tiempo para recordarnos la lucha que sostuvieron el sol y Taguaro.
Cuando más furioso estaba Magec, oyo claramente la risa triunfante de Taguaro y, al mirar hacia el bosque donde éste estaba, vio con asombro cómo las negras flores se habían vuelto blancas como la nieve de las cumbres. Magex ocultó su derrota tras una nube y se alejó lentamente, jurándose tomar cumplida venganza de aquel que le había vencido.

 Arima, cuando vio su bosque como lo había soñado, sintió latir más aprisa su corazón. El amor que Taguaro sentía por ella había hecho el milagro y los ojos de la bella Arima se apartaron de la blancura de las flores buscando la figura de su amado. Después, cuando llegaron las fiestas del Beñesmén. Arima y Taguaro se unían en  matrimonio mientras se celebraban alegres danzas, se realizaban nobles luchas de destreza, corría el charcequén y humeaban las hogueras donde se guisaba en leche el cabrito.
Magec eligió el día de la boda para vengarse de la derrota sufrida. Había hablado con el viento ganandolo  para su causa. Así, en el momento en que era mayor la alegría, Magec lanzó sus saetas de fuego conta el bosque de flores blancas, mientras el viento, soplando fuertemente, y las arrancaba. En un momento quedaron los árboles despojados de sus bellas flores, que, caídas en el suelo, agostaba rápidamente el sol volviéndolas amarillas y secas. El viento sopló por última vez y arrastró aquellas flores que habian sido por unos días la realidad del sueño de Arima, mientras, en lo alto, Magec reia satisfecho de su victoria sobre el hombre que había osado desafiarle.

Taguaro, cuando cesaron las risas, los cantos y los bailes y todos los ojos quedaron fijos en él, sonrió y se acercó a uno de los árboles tendiéndole los brazos. El árbol sacudió una rama y unos extraños frutos cayeron en manos del guerrero, quien sonriendo con enorme satisfacción se acercó a su amada y se los entregó, diciéndole:
- Toma, Arima. Mira estos frutos, que te dirán mejor que  nadie que el amor de Taguaro es más fuerte que la cólera de Magec
Arima contempló aquellos frutos suaves y vellosos como la piel con que Taguaro cubriera un día el tronco de drago en el que encerró la nieve. Luego despojó uno de ellos de su piel y ante sus ojos apareció un pequeño trozo de madera, que al ser abierto, ofreció el tesoro que guardaba: una gota de nieve blanca y olorosa.
Y desde entonces, todos los años se repite el milagro que el amor de Taguaro por Arima hizo realidad, y los almendros de Texeda dan su fruto blanco como la nieve de las altas cumbres, cubiertos por una piel sueve y encerrados en un pequeño tronco de madera.

El sol se retiró vencido en compañía del viento y se ocultó tras el mar. 
Se hizo la noche y las sombras salieron de sus cuevas portando extrañas luces traídas del fondo de la tierra para iluminar la boda. Entonces, Arima, miró al mar y llamó a Magec:
- Escúchame - le dijo -, soy muy feliz y quiero darte algo de esta felcidad.
 Ven con nosotros a celebrar nuestras bodas
Y ocurrió, que el sol salió de las aguas, el viento sopló como suave brisa, y se hizo el día, un día en el que el sol y las sombras estuvieron juntos. Cuando terminó la fiesta Magec se fue ocultando entre las aguas en las que se iba fundiendo el oro con el negro, y Enac, la señora de la noche, bajaba desde el Bentayga acompañada de su séquito de sombras. Mientras Taguaro y Arima abrazados se retiraban andando muy despacio por los verdes valles camino de su hogar. El último rayo de sol iluminó las figuras de un hombre y una mujer que desde un promontorio miraban el mar. Magec mirandolos ocultó su sonrisa desde el horizonte...

…Y cada atardecer se repite la eterna balada con música de olas y viento en la que la luz y las sombras forman la mágica sinfonía de los claroscuros, y el crepúsculo se prolonga, mientras Magec y Enac se sontíen en el largo atardecer que comvierte a Gran Canaria en una isla encantada.

EL JUICIO DE PÁRIS Y LA MANZANA DE LA DISCORDIA

              

Esta es una historia de la mitología griega en la cual se cuenta el origen mítico de la guerra de Troya. Siempre hemos creido que esta guerra comenzó con Páris, que fué el enamorado príncipe troyano que raptó a una mujer casada con un rey, la hermosa Helena. Pero el gérmen mítico de la Guerra de Troya nace  mucho antes de esos amores ilícitos.

El mito comienza con las bodas de Tetis la nereida hija de Nereo (Dios de los Mares) y Peleo (rey de los mirmidones), boda a la que no faltaron los hombres más importantes del mundo, ni siquiera los dioses del Olimpo quisieron perderse la cita. Apenas empezada, Proteo (el anciano sabio) profetió a Tetis: "Serás madre de un joven que en sus años de fortaleza superará las hazañas de su padre y será llamado más importante que él”.

Pero Zéus, que jamás dejaba pasar la oportunidad de acostarse con mujeres hermosas, suplantó a Peleo en el lecho; pero éste apareció súbitamente, de tal forma que el dios debió camuflarse en un vapor. Con las entrañas ardiendo por la semilla abrasadora del Señor del Olimpo, Tetis también recibió a su marido legítimo, Peleo y entre ambos engendrarían al Invencible, al Intocable Aquiles.

Las fiestas por la boda se sucedían día tras día. Los bailes y el vino fuerte, aromatizado con hierbas, corrían abundantes entre dioses y mortales. En el quinto día de festejos apareció la única criatura inmortal que no habia sido invitada, Eris (Diosa de la Discordia).

Eris, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo, y a la que habían sido convidados todos los dioses, urdió un modo de vengarse sembrando la discordia entre los invitados. Se presentó en el sitio donde estaba teniendo lugar el banquete, y arrojó sobre la mesa una manzana de oro diciendo: "Esta manzana ha de ser para la dama mas hermosa de las aquí presentes".

Las tres diosas más importantes del Olimpo: Hera, Afrodita y Atenea que estaban allí, tras un momento de confusión, creyéndose aludidas por las palabras de Eris y despues de un momento de confusión, se lanzaron sobre la manzana de oro produciéndose una gran disputa, en la que hubo de intervenir el padre de todos los dioses, Zeus. Este para evitar el conflicto entre ellas, decidió encomendar la elección a un joven mortal llamado Paris, que era hijo del rey de Troya.

El Dios mensajero, Hermes, fue enviado a buscarlo con el encargo del Juicio que se le pedía; localizó al príncipe - pastor y le mostró la manzana de oro, de la que tendría que hacer entrega a la diosa que considerara más hermosa. Precisamente por eso lo había elegido Zeus; por haber vivido alejado y separado del mundo y de las pasiones humanas. Así, se esperaba de él que su juicio fuera absolutamente imparcial.

Cada una de las diosas pretendió convencer al improvisado juez, intentando incluso sobornarlo. La diosa Hera, esposa de Zeus, le ofreció todo el poder que pudiera desear, o, también, el título de Emperador de Asia; Atenea, diosa de la inteligencia, además de serlo de la guerra, le ofreció la sabiduría o, según otras versiones, la posibilidad de vencer todas las batallas a las que se presentase; Afrodita, le ofreció el amor de la más bella mujer del mundo.

Todavía indeciso, o simulando indecisión, Paris confesó que aún no podía declarar cual de las tres era la más bella. Acto seguido, las diosas, acaso indignadas por la duda del príncipe, se arrancaron las ropas y quedaron desnudas ante sus ojos y los de todos los comensales. Revisó sesudamente la perfección de las diosas, la inmortalidad hecha carne, y Paris se decidió finalmente por Afrodita.

Pero su decisión acarrearía para el joven Paris y su pueblo, Troya, consecuencias devastadoras. La promesa de Afrodita se cumplió en toda regla, ya que la hermosa mujer por la que Afrodita hizo crecer el amor en el pecho de Paris, era Helena, la mujer mas hermosa del mundo y esposa de Menelao, rey de Esparta. En ocasión del paso de Páris por las tierras de este rey,  después de haber pernoctado en su palacio, y de haber pasado una noche apasionada, raptó a la bella Helena y se la llevó a Illión.

Esto enfureció a Menelao y éste convocó a los reyes aqueos como Agamenón, su hermano, que fue nombrado comandante en jefe; Odiseo, que, inspirado por la Diosa Atenea (furiosa por perder), fue el que ideó el caballo de madera con el que la expedición aquea pudo por fin tomar Troya y Aquiles, entre muchos otros, para ir a recuperar a Helena o, si fuese necesario, pelear por ella en Troya, hecho que glosa Homero en la Ilíada.

LEYENDA DEL DRAGO MILENARIO



Esta es una leyenda que se cuenta por las Islas y que siempre me ha parecido una hermosa historia para rememorar los antiguos tiempos, aquellos en los que vivian en las Islas Canarias un pueblo noble y valiente.
Espero que les guste tanto como a mi.

Una tarde remota en el pasado, cierto navegante mercader llegaba de las costas atlánticas en busca de sangre de drago, producto muy en boga y de gran importancia en la elaboración de ciertas preparaciones de la farmacopea, y desembarcó cerca de una playa en la costa de Achinech (nombre aborigen de Tenerife), para llevar a efecto su lucrativo propósito.

Estando ya en la playa, sorprendió allí a unas infantas o damas de esta tierra Canaria, que conforme al rito tradicional se bañaban solas en el mar aquella tarde veraniega.

El intruso navegante las persiguió, logrando apoderarse de una de ellas. Esta trató astutamente de conquistar el corazón del extraño viajero para mejor distraerlo y lograr huir, y mostrándole signos de consideración y amistad le ofreció algunos hermosos frutos de la tierra.

Para aquel navegante que venía tras la sangre del drago, y traía en la imaginación y en el alma el mito helénico de las Hespérides, los frutos que aquella dama de esta tierra le ofreciera, pudieron muy bien parecerle las manzanas del mítico jardín. Mientras él comía gustosamente desprevenido, la bella aborigen saltó ágil al otro lado del barranco, y a todo correr huía hacia el bosquecillo cercano escondiéndose tras la arboleda.

El viajero, sorprendido en principio, trató de perseguirla de cerca, pero vio con sorpresa que algo se interponía en su camino, que un árbol extraño movía sus hojas como dagas infinitas, y que el tronco parecido al cuerpo de una serpiente se agitaba con el viento marino y entre sus tentáculos se ocultaba la bella doncella *guanche (nombre aborigen de los habitantes de Tenerife).

El navegante lanzó el dardo que llevaba en sus manos, contra lo que a él se le figuró como un monstruo, con gran miedo y asombro, y al quedarse clavado en el tronco, del extremo de la jabalina empezó a gotear sangre líquida del drago.

Confuso y atemorizado, el hombre huyó laderas abajo, subió a su pequeña barca y se alejó de la costa, mientras iba pensando en su corazón, que había sorprendido en el jardín a una de las Hespérides, a la que salió a defender el mítico dragón.

En la antiguedad se decia, que los dragones, al morir, se convertían en dragos.

sábado, 11 de abril de 2015

HECHO DE LA VIDA


PERDONAR ES DE SABIOS
HECHO DE LA VIDA 
Hace algunos días estuve en el funeral del papá de una amiga y me sorprendió su tristeza tan aguda. Obviamente, cualquier persona sufre con la muerte de un ser tan especial pero el suyo era algo así como una tristeza doble.
Además del dolor que le causaba la pérdida de su padre, quien murió repentinamente, mi amiga lloraba porque ambos llevaban años distanciados, tras una fuerte pelea y después de una relación de mucha frialdad y tratos injustos. Esto último era lo que en realidad hacía más agudo el sufrimiento de mi amiga.
Y me compartía que su padre la buscó varias veces para pedirle perdón, pero admitió que ella se negó a escucharlo. Los últimos días, me contaba, había estado reconsiderando esta decisión y estaba pensando acercársele nuevamente. Pero no se atrevía y siempre decía “mañana” Y el mañana nunca llegó…
¡Cuánto quisiera retroceder el tiempo!” - Me decía llena de impotencia.
Después de esta experiencia me quedé pensando en lo importante que es el perdón en nuestras vidas.
Vivir con algún rencor es como caminar por la vida con una herida abierta que no sana, que sigue sangrando y que corre el riesgo de infectarse y de comprometer otros órganos. 
Algo que hace pesado y también amargo nuestro andar, pues además de las múltiples preocupaciones que tenemos cada día, está el recuerdo del daño causado y en muchos casos, el deseo de vengarnos. Y a veces, sin darnos cuenta, estas ideas deterioran nuestras relaciones con los demás y también con nosotros mismos. ¡Y no hay mayor sensación de tranquilidad que perdonar! Las heridas se cierran y el andar se aligera. Siente uno un alivio similar al de pagar una deuda. ¡Con la diferencia de que el perdón es gratis!

REFLEJOS



La Feria de las Ciencias que se celebra cada año en el pabellón cubierto de la localidad reúne, por una parte, a multitud de aficionados, de curiosos, de desocupados, que encuentran en ese foro, cuando menos, unos momentos de solaz esparcimiento. Por otro, a todos aquellos inquietos científicos, investigadores, neófitos con un descubrimiento espectacular, e incluso, farsantes, dispuestos a llevarse con la presentación de su trabajo unos pingües beneficios por el simple hecho de estar inscritos en ese evento.

Tomás, no deja pasar por alto esta oportunidad. Desde siempre le ha interesado mucho todo lo que en aquella se presenta, porque quiere estar al día en los avances técnicos, y aunque esté trabajando busca siempre el hueco que le permita visitar el recinto. Hoy se encuentra allí. No le importa pagar la relevante cantidad que le permite el acceso, porque tampoco anda sobrado de dinero; pero lo da por bien empleado. Curiosea, por los distintos stands, las innovaciones y disfruta con ello. Se detiene en algunos más que en otros ('¿cómo es posible que pretendan que esto interesa a alguien?'). De pronto, ve unos fogonazos. Mira en esa dirección. Provienen de un stand cercano. Abandona el que estaba viendo en esos momentos y se dirige raudo hacia el otro.

Cuando llega, lo primero que le impacienta es la cantidad de gente que allí se arremolina, y sin importarle lo que le puedan decir o quién le increpe, va haciéndose paso a empujones, o es que piensan que va a perder un tiempo precioso en la espera... Las instalaciones cerrarán en unas horas y tal vez no le dé lugar a verlo todo, como es su deseo. Un tipo explica a la multitud congregada los fundamentos científicos del aparato y él ya casi alcanza a verlo. Un poco más y se encontrará en la primera línea. Así ya no se perderá un solo detalle. Sigue empujando hasta lograrlo.

Las explicaciones no le llegan, no por la distancia o el tono de voz del interlocutor, sino porque no alcanza a comprender la sarta de términos técnicos que el científico utiliza, y lo que desea es que acabe cuanto antes la perorata y pase al terreno práctico. No tardará mucho y, finalmente, activa el artilugio. De las ranuras laterales salen rayos de luz de diversos colores, aunque por el cañón central solo se ve una luz blanca que enfoca hacia una mesa situada a la derecha. Hay una sorpresa generalizada cuando la gente ve como sale de la nada una imagen tridimensional perfecta de una escultural chica que explica algo irrelevante.

De pronto la imagen se distorsiona, como cuando se pierde la recepción de señal de antena en un televisor. Algo falla. El presentador coge el aparato, lo agita un poco en el aire, revisa las conexiones eléctricas... Aparentemente todo está correcto. Apaga y vuelve a encenderlo. Se oye un ruido extraño, a juzgar por la expresión de su rostro, y a continuación un flash multicolor inunda el stand y a todos los allí presentes. Tomás se queda cegado unos segundos. Después, todo vuelve a la normalidad, a excepción de la máquina, que deja al técnico muy preocupado manejando un destornillador para averiguar la causa.

La gente comienza a abandonar aquel lugar redirigiéndose a otros puntos de interés. Tomás hace lo propio. Aún se siente un poco aturdido por el fogonazo, pero poco a poco va recobrando la visión. Se choca en su paseo con otro visitante 'MIRE POR DONDE VA' le grita, pero aquel ni se inmuta. 'Este es como yo. No le importa a quién empuje'. En ese momento reflexiona. 'He tomado de mi propia medicina. Tal vez debería ser menos agresivo'.

En otro de los stands hay otra invención muy interesante, pero curiosamente en ese momento no hay nadie. 'Perfecto, para mí solo'. Sin embargo, el presentador está sentado al fondo. Ni se molesta en levantarse a explicar su descubrimiento. Tomás lo llama, pero parece no oírlo. Sigue con la cabeza baja, leyendo un documento al parecer muy importante.

Es tal su abstracción que ni percibe que Tomás se ha acercado y se ha puesto a su lado. Éste toca su hombro amablemente para llamar su atención, pero nada. El tipo, finalmente, levanta la cabeza y mira a su alrededor. Tomás está aturdido: ¡No pueden verlo!

Su primera reacción será ir en busca de algo que refleje su imagen, algún espejo, algún objeto acristalado,... Cuando lo encuentra, ve reflejada su cara de preocupación y respira tranquilo. '¿Qué es lo que le pasaría a aquel tipo?' Pero entonces le asalta un pensamiento que lo intranquilizará de nuevo, y para rebatirlo decide asaltar a cualquiera de los visitantes... 'Quizá este tipo que está de espaldas. ¿Oiga?'

No habrá respuesta, como tampoco la obtendrá del resto al que grita aterrorizado.

Se ha ido a un limbo en el que él mismo puede verse a través de reflejos.

Pero solo él.


Antonio Pérez Ruiz 

AQUEL PERFUME A ROSAS



La recordaba en  la casa de Villa Ballester, corriendo tras ella  entre los pinos del ancho parque. Las fiestas de cumpleaños, los globos de colores.

Aquella tarde,  ayudó a su madre a preparar las valijas, luego  el aeropuerto y su mano agitándose en el adiós.

Y su madre no regresó. Luego todo se perdía, en una bruma sin  memoria.

Carina quedó a cargo de la  abuela materna. Creció con ella, en el caserón  familiar, que parecía desmayarse  entre las viejas calles de Belgrano, con sus veredas oscuras sembradas de plátanos y paraísos.

Cada vez que entraba al living, la pintura con la imagen de su madre atraía su mirada, con su belleza y el gesto tierno de su boca.

No sabía si era su imaginación; pero en  ese cuadro la sonrisa de su madre  cambiaba, sus ojos  la seguían, decidió  sentarse frente a  ella  y esperar un milagro.  Cerró los ojos y al abrirlos algo fantástico inundó el ambiente, penetró en un mundo mágico.  Su madre se sentó a su lado, la cubrió de besos y su voz la envolvió como una caricia. Desde el fondo del tiempo regresaron los recuerdos, el calor de sus manos y su perfume a rosas.  No lo comentaría con la abuela ni con la tía Mariana, no quería terminar como su padre. Su padre… él no soportó la pérdida de su esposa. Eran tan felices, que nunca entendió el final de ese amor. Se hundió en una depresión profunda y  la tía Mariana creyó que lo mejor era internarlo. 

De la mano de la abuela, Carina iba a visitarlo, él la esperaba sentado en el parque, ella corría a sus brazos. Él la acariciaba, pasaba su dedo índice por su cara y sonreía, nunca hablaba. Luego la tomaba de la mano y paseaban por el sendero de tierra que se perdía entre sauces y acacias. Carina le hablaba del colegio, de la abuela y él escuchaba y sonreía. La niña regresaba con un montón de preguntas que su abuela respondía siempre igual: No sé.

Cada tarde, la abuela subía al primer piso, cedían sus flacos huesos a una siesta merecida. Carina tomaba asiento en el sillón del living y la pintura tomaba vida, un perfume a rosas crecía en el ambiente y arcano diseñaba lo irreal. Su mamá se sentaba a su lado, le hablaba, sonreía,  acariciaba su pelo y la besaba.  El misterio tejía una vida diferente y las dos bailaban tomadas de las manos. Y se abrían solos los pesados cortinajes, y la luz de la tarde entraba, iluminando cada rincón.

El sonido de los pasos  en la escalera  quebraba  el encanto. Al llegar al vigésimo cuarto  escalón, todo  regresaba  a la normalidad y la magia quebraba su cristal,  cuando  la voz de la abuela la llamaba a merendar. El encanto duraba el tiempo de una siesta.

Escondida detrás de la puerta de la cocina, Carina escuchaba, hablaban de  ella. La voz de la tía Mariana era casi un susurro. La abuela lloraba. Logró escuchar frases sueltas: no puede vivir aquí…  necesita otra cosa… es un buen colegio… pupila…

Comprendió que querían cambiar su mundo, la iban a encerrar en un internado y ya no volvería a estar con su madre, no bailarían  juntas, ni a estar entre sus brazos. Nunca más su perfume a rosas.

Esa noche su sueño fue inquieto, despertó varias veces rodeada de una negrura que sólo quebraba  las dentelladas de luz del foco de la calle, moviéndose con el viento y entrando curiosas  por la ventana.

A la hora de la siesta, la escuchó subir los peldaños, más lenta que otras tardes.

En la planta baja, Carina tomó asiento en el sillón, cerró los ojos y esperó. Comenzó la magia. Las manos oliendo a rosas acariciaron su cara, abrió los ojos y se abrazó a su mamá, repitiendo entrecortadamente las palabras que había escuchado de la tía Mariana. Su madre sonrió y tomándola de la mano la hizo girar. Carina olvidó sus temores y se dejó llevar, bailaron flotando en el aire. Eran dos mariposas disfrutando la primavera. Las cortinas se abrieron, la luz de la tarde barrió la vejez  de los muebles. Se abrieron las ventanas, las rejas cayeron como espadas sobre la tierra del jardín  y la voz de su madre surgió clara:

—Es hora de volar mi niña.

Y volaron.

La abuela va a la cocina y prepara la merienda. Llama a Carina y no tiene respuesta. Va al living. La ventana abierta de par en par  la sorprende, descubre el cuadro en el suelo, la imagen se ha quebrado. La niña no está. La busca, la llama, pero no aparece.

Ha salido a la calle, murmura. Se asoma a la ventana, imposible, las rejas son fuertes, las puertas están cerradas. No  ha podido  salir. Vuelve a llamarla.  Silencio en el viejo caserón.

Recorre nuevamente cada habitación, cada rincón, grita su nombre. Carina no está en la casa. La abuela cae pesadamente en el sillón. El perfume a rosas  la sorprende, lo reconoce y se pone de pie, sin verla la presiente.

Comprende. 

Nuevamente en un último esfuerzo grita el nombre de su nieta. Le responde el silencio.

Llama a la tía Mariana y se sienta a esperar.


María Rosa