Esa mañana, un grupo de niños que se encontraba jugando en el arroyo, vio flotando algo a la deriva; parecía un cuerpo. Inmediatamente uno de ellos tomó su bicicleta y corrió a toda velocidad hacia la Comisaría del pueblo.
Al llegar al lugar, el Comisario dio la orden a los rescatistas para sacar el bulto de agua; fue abrumador darse cuenta que se trataba del cuerpo de una mujer, en apariencia joven. Costó reconocerla pues el estado de descomposición en que se encontraba era avanzado. La llevaron a la morgue.
El médico forense la revisó y dictaminó muerte por ahogamiento.
Sin que nadie reclamara sus restos pues la familia había desaparecido misteriosamente, le dieron santa sepultura a Penélope Santa Cruz en el cementerio del pueblo.
La noche anterior, Florencia Santa Cruz y sus padres huyeron de aquel antiguo caserío. Solo una persona vio cuando se iban.
Se instalaron en un pueblo a novecientos kilómetros de allí con la intención de iniciar una nueva vida.
Diez años más tarde…
Padres e hija se habían ganado el respeto de todos, con trabajo, seriedad y humildad.
Florencia, mantenía la imagen de una veinteañera, bella y lozana con su larga cabellera roja y su piel suave como las alas de una mariposa. Parecía que el tiempo no transcurría para ella.
El padre trabajaba de sol a sol en el campo y la madre se dedicaba a la casa, a sus flores y a sus plantas.
La lánguida belleza de la joven había cautivado a los hombres del pueblo y casi todos habían presentado sus intenciones de noviazgo, convite que ella rechazó sistemáticamente.
Tan solo uno la había inquietado: su nombre era Pablo; era muy educado, bien parecido y de conversación muy amena.
De día trabajaba la tierra con su padre, de tarde pintaba paisajes y de noche, se reunía con sus amigos en la taberna para beber y conversar.
Florencia, quien pretendía mantenerse al margen de las relaciones con el sexo opuesto, sucumbió ante los embates amorosos del joven.
Pasaban tardes enteras caminando, conversando, riendo.
Hasta que una tarde el cielo se oscureció de pronto y la lluvia comenzó a arreciar sin piedad. Corrieron hasta una casa abandonada en medio del campo.
Llegaron empapados. Encontraron la puerta tendida en el piso y entraron.
Una vez adentro, vieron que el deterioro era absoluto; tanto el poco mobiliario que quedaba como las paredes y techos estaban en ruinas. Con precaución subieron por la escalera a la planta alta y cuál fue la sorpresa al encontrar un cuarto en perfecto estado, caliente, ordenado e iluminado, era evidente que alguien estaba allí viviendo.
Pero la alegría por el hallazgo cedió a unos irrefrenables impulsos eróticos en cuestión de segundos; la pasión más desenfrenada se desató en aquel cuarto.
Al mismo tiempo, no muy lejos de allí, los padres de Florencia, alarmados por el temporal, salieron en busca de su hija. Pensaron en la vieja casa abandonada y hacia allí se dirigieron.
Desde la puerta que no estaba en su lugar se escuchaban los gemidos salvajes de la muchacha.
Esto confundió y descontroló las emociones de los progenitores.
Se acercaron con sigilo al cuarto de donde provenían los gritos de placer.
A su vez, una persona, oculta en un cuarto contiguo abandonado presenciaba todo.
Los padres indignados, se acercaron a la cama y le clavaron un enorme cuchillo a Pablo por la espalda provocándole la muerte.
Florencia, quien se encontraba debajo del muchacho, ya le había asestado una puñalada en el vientre mientras era penetrada.
Consumado el asesinato empujó al joven hacia un costado, se dirigió al baño y se metió en la tina pues estaba cubierta de sangre.
No se inmutó por lo sucedido ni pronunció palabra alguna en ningún momento.
Los padres llevaron el cuerpo para enterrarlo en el campo. Finalizada la tarea regresaron por Florencia, quien, espléndida y sonriente dijo.
-¿Vamos?-.
-Si.- fue la respuesta.
Continuaron con su hipócrita vida.
A las pocas semanas, la joven descubrió que estaba embarazada. Decidió no interrumpirlo dado que le había provocado cierta curiosidad eso de ser madre.
Sus padres aceptaron la decisión, como siempre.
El embarazo transcurrió de forma normal hasta los siete meses.
Una noche, cuando la lluvia castigaba en forma enérgica al pueblo, Florencia se despertó con horrendos dolores de abdomen.
Los gritos eran aterradores, sentía que el bebé pugnaba por salir de su vientre a toda costa.
Su madre llamó a la vecina, partera por experiencia.
Doña Inés llegó luego de un rato debido a la lluvia y con la ayuda de la madre preparó todo para el parto. Estuvieron tres horas intentando que el bebé naciera pues estaba al revés. Florencia totalmente desgarrada y sin lágrimas hasta había perdido la voz.
Y fue en el último intento que el niño vio la luz.
El bebé resultó ser una niña y no un varón como la bruja del pueblo había vaticinado.
Una vez cortado el cordón, aseada y cambiada, se la acercaron a la madre quien la rechazó enérgicamente y a los gritos. Estaba aterrada por lo vivido.
Sus abuelos debieron hacerse cargo de la niña.
Pasó el tiempo y Josefina, nombre elegido por los ya ancianos, crecía saludable y sin sobresaltos hasta que un accidente cuando tenía tres años cambió el rumbo de su vida.
No se sabe cómo, se cayó de una escalera y el golpe en la cabeza le abrió la misma dejándole una horrenda cicatriz. Pero esto no fue nada comparado con el momento en que no pudo ponerse en pie: había quedado paralítica.
A pesar de lo ocurrido, Florencia seguía sin acercarse a la pequeña, dedicada a la jardinería y sumida en la más absoluta soledad pasaba sus días.
Pasó el tiempo…
Josefina había cumplido trece años. Hacía un año que los padres de Florencia habían muerto de forma extraña. Los encontraron sin vida cerca de un arroyo. La policía nada pudo establecer.
Florencia no tuvo otra opción que acercarse a su hija.
Comenzó a hacerlo de a poco, algo que la niña retribuyó con acabadas muestras de cariño.
A la mujer, esto la conmovió.
Comenzó a brindarse por entero a ella; la cuidó, la escuchó, le enseñó, la paseaba en su silla de ruedas.
Una tarde, Josefina le pidió la llevara a pasear por el arroyo.
Florencia estuvo de acuerdo pues el día era cálido y soleado, ideal para caminar. Se la veía feliz.
Estaban disfrutando del paseo cuando en un momento sintieron el crujido de ramas.
Entonces Florencia miró hacia atrás y la vio; era una mujer de unos cuarenta años, que se acercaba a paso acelerado. La confusión se apoderó de ella, recordó a su hermana. Se parecían.
-¿Penélope?- preguntó inquieta.
No hubo respuesta.
-¿Contéstame, eres Penélope?- insistió.
La respuesta de la extraña fue una mirada profunda, escalofriante, aterradora.
Acto seguido ésta sacó un enorme puñal de entre sus ropas y se lo hundió a Florencia en el pecho. Herida de muerte le volvió a preguntar si era Penélope.
Fue entonces que Josefina se paró de su silla de ruedas, se acercó a su madre y le dijo:
-Basura hija de puta, mataste a mi tía Penélope, a mi padre Pablo y me abandonaste durante trece años, no sabes quién soy y ni enterada estás que a los once años pude caminar otra vez.
Y no, no es Penélope, es Sofía, la única amiga que visitaba a tu hermana en el psiquiátrico antes que la mataras. Fue ella, la que los vio partir en la oscuridad de la noche. Y los siguió hasta el nuevo pueblo. Y es la hermanastra de Pablo, mi padre.
Vivía en la casa abandonada, donde tuviste sexo como la puta de mierda que eres y me engendraste.
Fue ella la que me buscó y me contó todo.
Y planeamos este encuentro para hacerte sentir lo mismo que sintió Penélope y Pablo cuando los mataste.
Y la lacra de padres que tenías murieron ahogados; se lo merecían por apoyar al ser más malvado que he conocido, tú.- terminó diciendo.
Florencia escuchó a su hija sin inmutarse.
No mostró arrepentimiento ni sentimiento alguno en ningún momento.
Así y todo esbozó una siniestra sonrisa la cual comenzó a desdibujarse hasta que murió.
Josefina y Sofía empujaron el cadáver hacia el arroyo y se alejaron.
Vivieron juntas hasta el fin de sus días. Nadie en el pueblo sospechó que Florencia era Sofía en realidad. El parecido era asombroso.
La pesadilla de las gemelas había terminado.
F I N
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